Opinión

Vinicius y el racismo de cemento

Yerra Vinicius cuando asegura que España es un país de racistas, pero acierta de pleno cuando denuncia a viva voz que el fútbol español tiene un problema, tal como apostilló su entrenador a micrófono abierto tras el grave altercado del domingo en Valencia, en el que el astro brasileño se vio envuelto y al que volvieron a insultar, en un estadio más, muy gravemente. El racismo es una lacra a erradicar y convendría empezar por los campos de fútbol, donde los comentarios soeces e indignantes contra jugadores de otro color, raza o religión son frecuentes, como si desde el cemento todo desmán resultara tolerable.

La opción más radical para atajar el problema es suspender los partidos cuando ese tipo de comentarios se escuchan en la grada. Y esa responsabilidad compete a los árbitros. Para acometer esa decisión, los trencillas han de verse respaldados por la autoridad federativa y esta por el Gobierno, dotado de mecanismos suficientes para acallar de una vez por todas esas voces malsonantes que dejan en mal lugar el prestigio del fútbol español. El partido del domingo en Mestalla lo vieron millones de personas en todo el mundo, que pudieron reconocer lo fácil y barato que resulta sacar a Vinicius de sus casillas y convertir a la víctima en agresor.

El futbolista, por su parte, debería también hacer examen de conciencia y limitar algunas actitudes provocadoras. Aunque nunca sus gamberradas justificarán el feo arranque racista. Lo que no puede dejar de hacer el brasileño es regatear. En esa faceta es uno de los mejores jugadores del mundo. Su espectacular gambeteo justifica el pago de la entrada. Encarar al rival, siempre; encararse, solo lo justo. Y elegir mejor los modelos. Si los suyos son Neymar y Ronaldinho, por mal camino va.