Opinión

Las dos caras de la Europa geopolítica

Corren malos tiempos para la vieja Europa. Tras años de pensarnos el centro del mundo, de ser el lugar donde más derechos se habían conquistado y dónde mejor se defendían, de ser el modelo a seguir para lograr las cuotas de prosperidad económica y cohesión social alcanzadas tras años de cruentas guerras en el continente. Así quedó puesto de manifiesto en el conocido como documento Solana en 2003: “Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura, tan libre. La violencia de la primera mitad del siglo XX ha dado paso a un periodo de paz y estabilidad sin precedentes”.

Bruselas ya era consciente antes del COVID-19 de su debilidad en el ámbito global, de ahí la idea de la Europa geopolítica. El poder normativo sobre el que la UE había apostado todas sus cartas como poder transformador ha fracasado en el Mediterráneo, en los Balcanes y, especialmente, en la frontera oriental, tal y como quedó demostrado con la guerra en Ucrania. Era el momento de cambiar de estrategia. Había que hablar el lenguaje del poder. Y así quedó reflejado en la Brújula estratégica: “Vivimos en un mundo moldeado por las políticas del poder en bruto, dónde todo está armado y dónde enfrentamos una feroz batalla de narrativas”. ¡Qué lejos quedaba el optimismo de antaño!

Esta guerra ha hecho que Europa tuviera que enfrentarse cara a cara a una realidad que siempre había esquivado. Ucrania ha hecho salir de su ensimismamiento a Europa. Y lo ha hecho con tal virulencia que se corre el peligro de destruir el proyecto de conciliación y derechos sobre el que se ha construido hasta ahora la integración europea. Las constantes apelaciones a la unidad de acción frente al enemigo común ocultan cualquier posibilidad de discrepancia o matiz. La reactividad con la que Bruselas ha actuado ante los acontecimientos en el Este le ha hecho perder una de sus características más esenciales, su capacidad de mediación.

La prioridad de la seguridad

Pero quizás lo más grave tiene que ver con la forma en la que la asertividad bélica se ha instalado entre nosotros. La seguridad, ya muy presente, ahora es lo prioritario. El problema fundamental es que todo lo demás queda supeditado a esa prioridad.

La construcción de la Europa geopolítica tiene una doble cara. De un lado, aspira a contar en el escenario internacional con voz propia más allá de aquellos marcos con los que se le identifica, esto es, el marco democrático como modelo y el poder regulatorio. De otro, superar estos marcos está implicando de facto la renuncia a una serie de principios y valores que son fundacionales. De cómo se resuelva esta tensión tendremos una Europa que apueste sobre los derechos fundamentales o una que, sostenida sobre el miedo, prefiera sacrificar principios y valores por alcanzar una seguridad total. Si esta última es la opción por la que apostamos, es importante ser consciente de que solo podrá ser gobernada por las derechas radicales. Avisados quedan.

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