Opinión | hoja de calendario

Democracia y conflicto

En Francia, los partidos clásicos, socialista y conservador, se han visto reducidos a mínimos por sus sucesivos fracasos, y en su lugar hay un complejo mapa encabezado por el centro de Macron, flanqueado por la extrema-derecha de Le Pen —hoy, por desgracia, la gran alternativa— y por partidos de izquierda radical. Este modelo ha generado gran conflictividad, tanto laboral, en forma de interminables huelgas y movilizaciones, como de violencia física: aumentan de forma exponencial las agresiones a políticos. Mélanchon, actualmente líder de la izquierda, considerado populista, dice que ha llegado la “democracia agonística”, la democracia conflictiva, que es la más genuina porque el conflicto perfila y acentúa las posiciones ideológicas. Chantal Mouffe es la filósofa que puso en circulación el concepto de agonismo, que está detrás también del discurso ideológico de Podemos.

En España, la situación mantiene semejanzas: los partidos clásicos centrales se mantienen hegemónicos pero están seriamente disminuidos, y a ambos lados del espectro hay formaciones radicales de derecha y de izquierda. La dialéctica ha sido sustituida por el conflicto, que aquí por fortuna es pacífico. El conflicto laboral no ha sido significativo en estos últimos años por la orientación social de la coalición de izquierdas, pero la campaña electoral que estamos terminando de vivir ha sido más una batalla campal que un contraste racional de proyectos, organizado de tal forma que la ciudadanía encontrara facilidad para acceder al mercado político y elegir según sus preferencias. Infortunadamente, aquí hemos discutido hasta el absurdo de Bildu, en primer lugar; y tras distintos rodeos pintorescos, hemos terminado envueltos en el escándalo de la compra de votos, grave ciertamente pero limitadísimo en su dimensión, en Melilla (no es la primera vez: el PSOE perdió la mayoría absoluta en 1989 porque hubo que repetir las elecciones en esa plaza, y pasó de 176 escaños a 175), y en Mojácar.

La democracia es sobre todo un método de resolución de conflictos, por lo que si es de buena calidad ha de aportar soluciones y no gasolina a los problemas candentes. Lamentablemente, el pluripartidismo no está mostrando un nivel intelectual suficiente, ni una solvencia política distinguida, ni un entronque cabal con los procesos realistas de la opinión pública, que reclama reformas, oportunidades y equidad. La política española avanza en su conjunto a trompicones, entre descalificaciones y dicterios, con las propuestas de la derecha ocultas y unos discursos en buena medida elementales y faltos de ingenio y de atractivo.

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