Opinión | Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Las interpretaciones

Terminada la campaña más larga —empezó, de facto, con el año, aunque de iure se cumplieron ya los quince días—, los partidos políticos siguen con la comedia normativa. Sus referentes se pasean por lugares de teórico descanso, hacen declaraciones y sonríen para mostrar confianza —por consejo de sus asesores—, que es un modo de propaganda indirecta. Cierto que los escándalos que relacionan al partido del Gobierno con asuntos de baja estofa —desde presuntas compras de voto hasta supuesto intento de secuestro, más agresiones y otros— convierten la imagen de España en la de un país bananero —sin olvidar lo del racismo y el “caso Vinicius”—, pero hay en Galicia una aparente calma. Como casi siempre.

Hay otras opiniones, desde luego, pero los datos permiten sustentar la expuesta. Aquí, elegibles y electores suelen mantener, dentro de lo que cabe, una actitud que a veces roza la agresividad, pero siempre dialéctica que no suele ir a más, y eso engrandece al antiguo Reino y al sistema. Y facilita un clima mejor que en algunas de las comunidades afectadas por el vendaval (político). Y es que la gente gallega del común ya está acostumbrándose a que lo inaudito sea diario mientras, en los apparat correspondientes, los cálculos sobre el traking de última hora no acaban de satisfacer a los contables, sobre todo por una incógnita que sólo se desvelará mañana: si los llamados a votar lo harán.

Parece que la participación, siempre importante, lo será esta vez más que antes en unos comicios locales, de forma que el modelo, del todo diferente, de ganarse el apoyo de unos —a base de lluvia de dinero gratuito y/o promesas imposibles de cumplir— y otros —predicando una moderación que podría agriarse a plazo—, seguirá para las generales o todos recuperarán cierta cordura y hasta mejor visión de la realidad. Porque pasado mañana dará comienzo otra campaña, o mejor dicho, la prolongación de la que hoy termina con la reflexión. Y ésta también mira a diciembre, cara a las generales, por si este 28-M cambian las expectativas de cada uno de los grandes aspirantes. O no.

En cierto modo y en ese sentido, este día, con los últimos traking de intención de voto, es también jornada de reflexión para los gurús de la demoscopia, que en el atardecer de mañana sabrán si su fama retrocede o aumenta con el escrutinio. Y, de paso, si la participación favorece más a derecha y centro que a la izquierda radical gobernante, que a día de hoy mira más a la aritmética que a la política.

Eso aparte, esta vez ocurrirá, seguramente, como en todas las elecciones anteriores: que en las interpretaciones de los resultados todos se considerarán ganadores en alguna faceta. Forma parte del modo carpetovetónico de echar cuentas. A nadie beneficia de verdad, pero da lo mismo: hay cabezas que salvar. Ocurre que, esta vez, los cálculos de los contables en los laboratorios de los diferentes partidos y/o agrupaciones y demás, estarán trufados de deducciones estrafalarias e impúdicas extrapolaciones. Todo empezó con la abstención del PP en la censura de Vox contra Sánchez, cuando Feijóo afirmó que la “auténtica moción será el 28-M.

Era una metáfora, pero a todos les sonaron las trompetas de alarma y se pusieron a ello. En Galicia, por fortuna, parece que esa pandemia —la otra, la de confundir la parte con el todo, que en política también puede resultar funesta— pasó casi de largo, y los cálculos de hoy pueden parecerse a los de mañana, y eso se sabrá cuando toque. Y, en todo caso, habrá que estar atentos. Sobre todo con las interpretaciones interesadas. Y recordar que lo medible es poco opinable.