Opinión | shikamoo, construir en positivo

Les pido un favor... ¡voten!

Comprendo que, tal y como vienen las crónicas de la actualidad, a más de uno le dará por liarse mañana la manta a la cabeza y salir de excursión a primera hora, para volver pasadas las nueve de la noche. Siguiendo en la línea de la ropa de cama, otro cogerá carretera y manta, para hacer lo mismo. Y así podríamos seguir exprimiendo dichos, frases hechas y todo lo que hiciera falta, porque el descontento de la población hacia la pantomima muchas veces con tintes de cierta psicopatía en la que se ha convertido la política de partido en este país, es notorio.

Aún así, queridos y queridas, les voy a pedir un favor. Y este es que no se les ocurra, por favor, dejar de ir a verse con su colegio electoral mañana. Es fundamental, porque eso les convertirá en parte activa —aunque no lo parezca— de la praxis democrática. Y ya saben que todos los cambios positivos en la sociedad los comenzó un grupo pequeño de personas fuertemente motivadas y que abrazaban argumentos de peso. Por eso si usted es de los que quieren regenerar la vida democrática, alejando de ella las malas prácticas, los abusos y abogando por un mayor peso de las razones técnicas y los grandes consensos necesarios, el primer paso que hay que dar es no dejar de ir a votar. A quien sea, o en blanco. Pero votando.

Hay razones de índole procedimental también para no dejar de ir. Y es que la actual ley electoral realiza un tratamiento de los sufragios emitidos, con el fin de adjudicar los restos que no se corresponden con una plaza más en las corporaciones. Y, así las cosas, el no acudir al colegio electoral puede implicar que eso le convenga en un municipio, por ejemplo, a la formación que menos le guste al que no fue. Por eso vale la pena que, aunque sea con grandes dudas y muchas dificultades para decantarse por uno u otra candidatura, se vaya a votar. Piensen además que hay una panoplia de posibilidades suficientemente amplia como para que, en tal ejercicio, uno pueda sentirse más o menos tranquilo.

Pero aún en el hipotético caso de que tuviese que votar usted con una pinza en la nariz, hágalo. Alejarse del colegio electoral y mirar para otro lado es propiciar el caos. La jungla. La falta de entendimiento democrático. Cerrar la puerta al diálogo y, por ende, al futuro. Y es que no en vano los plenos municipales, aunque a veces esto sea un tanto ficticio, buscan ser un espacio de diálogo, de confrontación orientada a la búsqueda de las mejores políticas y, entonces, de búsqueda de la excelencia en nuestro desarrollo colectivo. Claro, ya sé que del dicho al hecho va muchas veces un largo trecho, pero si uno se desentiende incluso de la sana rivalidad por llegar a estar ahí, mucho peor. Hay que estar, amigos y amigas. Y, aunque en nuestro país no es obligatorio, entiendo que el derecho de sufragio dimana directamente de la esencia de nuestro yo moral. Por eso, una vez más y no queriendo recargar mucho más las tintas para no ponerme pesado, ¡vayan a votar!

Uno de los riesgos más importantes de democracias como la nuestra es la fractura entre lo institucional y la vida real. En lo primero se encuadra la acción de los partidos, la vida de las instituciones y toda la oficialidad que dimana de ello. En lo segundo, que mira con escepticismo los cantos de sirena que se escuchan desde las ventanas de tal aparato cada cuatro años, está la vida personal de la ciudadanía y aquellos ámbitos colectivos no encuadrados en la dinámica institucional. Si lo primero y lo segundo se dan la espalda, la crisis está servida, en términos de desafección, involución democrática y riesgo de que los mecanismos que dimanan de la institucionalidad estén poco conectados con el sentir real del dueño de todo esto, del pueblo. Quizá a estas alturas de nuestra civilización podríamos avanzar para que la democracia fuese más real, más apegada al suelo, incluso utilizando algunas herramientas tecnológicas para poder pulsar la opinión pública o incluso pedirle un referendo cuando la naturaleza o el calado del asunto dirimido valiese para ello la pena. Creo que es una buena línea para explorar, y en tal sentido quizá podríamos trabajar contra la desafección y dotar de aún más legitimidad a las decisiones desde la institucionalidad. Pero hoy, aparte de cuatro parches aislados, esto no es así salvo en los minúsculos municipios en régimen de concejo abierto. Por eso, ya que podemos influir para buscar qué corporación queremos, hagámoslo. En espera de una más flexible, tecnológica, moderna, apegada a resultados y evaluable praxis democrática, sí. Pero sin renunciar a lo que podemos hacer ahora ya, que es mucho, créanme. Por eso..., si estiman lo que les digo y les queda aún alguna duda, ¡vayan a votar! Es... imprescindible.