Opinión | Solo será un minuto

Guajes del oficio

Una de las funciones esenciales del mercado laboral, hoy casi en desuso, es convertir las empresas de todo tipo y vocación en escuelas. Es decir, centros de aprendizaje donde un maestro que lleva media vida trabajando en ellas y se las sabe casi todas en eficiencia y profesionalidad traslada a los nuevos empleados información privilegiada para que la ignorancia lógica y la falta de preparación se vaya limitando y corrigiendo. Las carencias del elemento guaje (doblemente perjudicial si se viene de una formación en las aulas con planes de estudio decrépitos o profesorado bajamente cualificado) solo se puede corregir si se tiene la suerte extraordinaria de trabajar junto a una persona veterana que domina y controla su oficio y que, además, tiene la paciencia y el interés de dedicar parte de su tiempo a compartir sus conocimientos, esos que no se aprenden en los libros sino que se adquieren en el día a día, solucionando problemas imprevistos, arreglando averías que exigen cierto grado de improvisación o ingenio, reparando errores propios y ajenos. Es decir, escribiendo un manual de instrucciones práctico y sensato donde la inexperiencia de quien llega puede encontrar respuestas a tantas dudas, incertidumbres y situaciones comprometidas. Por desgracia, esa condición de escuela se está perdiendo a planes agigantados y las nuevas generaciones llegan a algunos lugares de trabajo donde la veteranía ya no es un grado a tener en cuenta sino un factor de exclusión por aquello de cuadrar (o salvar) las cuentas de resultados, olvidando que un profesional curtido (en el buen sentido de la palabra, claro, la edad no siempre va a acompañada de buenos conocimientos) es un valor añadido que ayuda a garantizar la estabilidad, la solidez y el futuro de cualquier proyecto que valga la pena.

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