Opinión | Artículos de broma

Lo que sale de las ganas

Los resultados del PP, según los pepólogos, tranquilizan a Alberto Núñez Feijóo porque el partido ha crecido en muchos sitios que no son Madrid, donde barrió con el palmito político (se me ha de permitir el casticismo) de Isabel Díaz Ayuso. Pero hay algo con lo que no se puede, Alberto: con las ganas de las personas que tienen muchas ganas. A ganas, te ganará siempre Isabel. Desganado decías el domingo que esa noche gallega aún no era la tuya, como pareció tu viaje desde Galicia.

Las “ganas” de Isabel Díaz Ayuso no fueron “entre todos”, como el lema que amparó a los demás candidatos. Ella sacó a bailar una “ganas” que jugaban a ganar. No están nada lejos del “porque me da la gana” con el que se identifican el individualismo y la libertad, la caña y la cacerola, y ese acento que no se sabe si lo da Madrid o el carácter caprichoso. “Porque me da la gana” es vecino del “porque puedo”, que dice el poder cuando ni siente ganas porque le basta la fuerza.

En su discurso personal del balcón de Génova, Ayuso colocó un epílogo que traía bordado de casa o de Miguel Ángel Rodríguez, no sé si por primera vez: “La España de siempre con más ganas que nunca”. Es perfecta. Cualquiera la puede entender a su manera, aunque a todos nos suene igual, pero ¿cuándo empezó España a ser de siempre?

“La España de siempre” nunca ha sido algo muy apreciado, incluso entre aquellos que “España” no les parece un término perturbador. Todo el final del siglo XIX y primer tercio del XX está lleno de literatura contra una pertinaz perennidad de España, entretenida en golpes, pronunciamientos y guerras carcas, que estaba perdiendo la industrialización, el imperio, la alfabetización y la reforma agraria. Juntas “España” y “siempre” y salen exilios y mantillas. La España de siempre es una expresión que se ha pronunciado con enorme desgana y que suena a miseria, cuartel y rogativa que no merecen la pena a cambio de la corrida de la tarde. ¿Cuándo empieza la España de siempre a dar ganas contemporáneas del siglo XXI?

¡Otra caña, Juanito!

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