Opinión

La vida sin escrúpulos

Yo confieso. Soy una buena persona, generosa, leal, respetuosa, discreta y sin filtros, que va de frente y huye de movimientos por la espalda. Tanto en mi vida personal como en la laboral. Adoro mi profesión, que no es otra que la de contar historias. Busco la excelencia periodística, en el fondo y en las formas, y creo en la ambición y en la meritocracia. Estoy cómoda entre líneas y en los márgenes, más que en el centro de la página, aunque el trabajo me obliga a dar un paso al frente para intentar sacar lo mejor del equipo del que soy la copiloto. Siempre prefiero el buen clima a las toxinas.

Disculpen este inicio en primera persona, que no es un ataque de egocentrismo sino un ejercicio de desnudez impropio de mí pero que me sirve para explicar el mérito de Succession. La serie de Jesse Armstrong, una radiografía de la vida sin escrúpulos que es la antítesis de lo que yo soy, me ha atrapado desde el primer minuto. Su final, que veré esta madrugada, me interesa más que el desenlace de la noche electoral del 28-M.

¿Por qué, entonces, ha captado mi atención? Puede que haya sido porque está centrada en el trabajo, esa parcela de la vida del siglo XXI que tan intensamente nos absorbe, para lo bueno y para lo malo. Puede que haya sido porque el epicentro de todo es Waystar Royco, un imperio de medios de comunicación, la actividad a la que me dedico. Puede que haya sido porque creo en las empresas familiares como creadoras de riqueza y porque sufro cuando veo cómo la falta de planificación de la sucesión y las discrepancias entre las nuevas generaciones ponen en peligro el conglomerado de los Roy. Puede que haya sido porque aunque yo no sea como ellos, sí reconozco en la caracterización a personas y conductas similares de mi entorno y mi día a día.

Desde luego, por lo que no ha sido es por el despotismo y la vida loca del patriarca fundador (Logan). Ni por el hijo enganchado a las drogas y a la compra de empresas que huye de la escena del crimen (Ken); ni por el vástago que se masturba en la oficina y manda fotos de sus genitales a la abogada general de la empresa y a su padre (Roman); ni por la hija poco preparada que se vende al mejor postor (Shiv); ni por el hijo que compra el afecto de las mujeres, que fracasa en su carrera política y que demuestra que la diplomacia no siempre es buena (Connor). Tampoco es por el yerno desleal y traidor que quema pruebas, ningunea a su mujer en beneficio de su suegro y está incapacitado para pilotar un canal de televisión (Tom). Ni por el primo outsider que quiere hacerse un hueco en la empresa familiar y que es patético (Greg); ni por el rival sexy que quiere comprar Waystar y oculta un agujero en sus números (Lukas Matsson).

Todos son malos malísimos y aún así, una se muere de ganas de verlos. Mi admiración por Armstrong. Termino como empecé. Yo confieso. Quiero que la maléfica Shiv sea la sucesora.

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