Opinión

Otra vez

La convocatoria de elecciones fue desgarradora: alteró el curso normal de los informativos radiofónicos y de los telediarios y afectó gravemente a los periodistas, que vieron peligrar sus vacaciones. El desgarro funciona muy bien en la canción francesa (Ne me quitte pas) y en la poesía fieramente humana (Blas de Otero), por poner dos ejemplos, pero en la vida cotidiana fatiga un poco, sobre todo si el anuncio te pilla de camino a la guardería, donde te espera el niño, o haciendo números para ver cómo pagas la hipoteca del mes. Aún no había hecho uno la digestión de los resultados electorales cuando almorzó con la disolución de las cámaras. Esa tarde, tenía servidor una cita con la podóloga, que no se había enterado de nada, feliz ella.

–Yo es que no he levantado la mirada de los pies en todo el día, me dijo a modo de excusa, mientras me arreglaba la uña del dedo gordo, que ha empezado a crecer en espesor, en vez de en longitud.

Mientras la lima eléctrica la devolvía a su grosor normal, observé con detenimiento mi pie y me extrañé de él. Parecía una chapuza soldada al extremo de mi pierna. Lo sentía como mío al tiempo de no reconocerlo como propio. Traté de imaginarme los pies de Pedro Sánchez, de Feijóo, de Abascal. Si me colocaran el pie izquierdo, o el derecho, lo mismo da, de alguno de ellos, quizá ni lo notara. No estoy familiarizado con mis extremidades, les dedico poco tiempo. Carecen de identidad, en fin.

Me pregunté entonces si se podía ser podóloga sin ser un poco fetichista de los pies.

–Yo soy más fetichista de los zapatos, respondió ella como si me hubiera leído el pensamiento, lo que no me extrañó: mucha gente me acusa de pensar con los pies, a los que ella observaba con atención en ese instante.

Deduje, pues, que le gustaban más los moldes que los volúmenes y pensé en las urnas como vaciados de la voluntad popular. Las urnas daban forma a las aspiraciones políticas de los contribuyentes. Los votos eran el cemento o la plastilina que se introducía en el molde de la urna. A veces, pensé, la masa se desgarraba al extraerla del molde. El desgarro otra vez.

–¿Me vas a pagar con tarjeta de crédito?, preguntó entonces la podóloga.

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