Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Las bicicletas, ¿son sólo para el verano?

Les saludo en este 3 de junio, en el que se celebra una nueva edición, la segunda después de que en marzo de 2022 fuese adoptada tal decisión en la Asamblea General de Naciones Unidas, del Día Mundial de la bicicleta. Una jornada focalizada a múltiples objetivos de gran relevancia hoy. El primero, favorecer las actividades saludables, ya que montar en bicicleta, como caminar, correr u otros deportes aeróbicos, implican grandes beneficios para la salud. Pero sin olvidar una segunda diana, relacionada con la necesidad imperiosa de una mayor sostenibilidad ambiental, social y económica en el transporte. Y la bicicleta, estaremos de acuerdo, aúna todas esas características. Por eso hoy, si les parece, hablaremos de bicicletas.

Y, en tal empeño, déjenme que empiece entonando el “mea culpa”. Porque esta es, ya ven, una de mis grandes asignaturas pendientes. Una vez compré con ilusión una bicicleta y, después de estrellarme cuesta abajo contra un bordillo y una farola en mi segunda o tercera salida, confieso que la cosa quedó un tanto desdibujada. Las circunstancias de la vida, expresadas en la necesidad de desplazamientos importantes por razones laborales, han hecho que no haya vuelto a probar con los biciclos, aunque siempre haya intentado afanarme en buscar soluciones de movilidad personal menos gravosas para el medio ambiente. Pero estoy seguro de que aún puedo hacer mucho más, quizá en un futuro a corto plazo, y apostar por medios de transporte mucho más ecológicos aún. Y ahí entra la bicicleta.

Ahora bien, para que el transporte en este medio sea realmente seguro, es importante el desarrollo de una infraestructura que, en nuestro contexto, aún deja mucho que desear. Es evidente que en las ciudades sí se ha producido un cierto avance en esta cuestión, tanto en la disponibilidad de biciclos municipales como en las vías dedicadas a ello, pero si analizamos nuestras comarcas menos urbanas, la necesidad es evidente. Tenemos que mejorar en tal empeño, porque una cosa es moverse con parámetros de respeto al medio ambiente y otra, muy diferente, es jugarse la vida. Ahí hay un importante espacio de mejora, que redundará en una mejor salud pública, desde muchos puntos de vista.

Tuve oportunidad de conocer un amplio despliegue de la bicicleta como medio de transporte en contextos donde no había mucha mayor capacidad económica, de forma que el coche o incluso el viaje continuado en transporte público resultaban inasumibles para importantes capas de población. También conocí experiencias de fomento del transporte en bicicleta en contextos de gran contaminación, con resultados a veces prometedores. La necesidad crea el hábito, ya saben. Pero quizá lo bueno del momento actual es que hemos superado, o estamos empezando a hacerlo, la asunción del vehículo personal como marchamo de confort y hasta de éxito personal, y que somos muchos los que miramos a la bicicleta o a otras soluciones más sostenibles como alternativas reales y muy interesantes. Pero he de reiterar que no basta, como en mi caso, con mirar y predicar. Hay que actuar. Por eso son muy loables y dignas de mención las iniciativas ciudadanas que buscan mejorar y ampliar los espacios compatibles con la bicicleta, influyendo sobre las administraciones públicas en tal menester. No cabe duda de que, también en nuestra ciudad, ha habido y hay personas pioneras, a las que debemos el actual nivel de concienciación de que otros modos son posibles en la movilidad personal.

La bicicleta, por su capacidad de contribuir a un aire más limpio y a un mejor estado de salud personal y colectiva, vale mucho la pena y es una herramienta que estoy seguro que nos dará grandes satisfacciones en un futuro. Si a ella sumamos nuevos modos tecnológicos, empezando por el apoyo a los biciclos con pequeños motores eléctricos, junto con otras formas novedosas de movilidad personal, habremos mejorado todos y todas. Tanto los usuarios y usuarias de bicicleta como los que no lo son. Es por todo ello por lo que he querido llamar la atención sobre la importancia de tales vehículos de dos ruedas, escribiendo esta columna en la que me pregunto, haciendo un homenaje a la obra teatral escrita por Fernando Fernán Gómez en 1977, si las bicicletas son sólo para el verano o no. Ojalá las usemos mucho más a menudo, como en otros países de nuestro entorno, y aprendamos nuevas formas y nuevos modos, para los retos que ya existen y para los que vendrán. Que, no lo duden, no serán pocos...