Opinión | El trasluz

Vivir de pie

Hay personas que votan para que todo siga igual y personas que votan para que el mundo cambie. Estas últimas, cuando ven que el mundo no cambia, dejan se quedan en casa, de ahí las cifras de abstención que vienen registrándose en las últimas convocatorias electorales y de las que los analistas hablan poco o no hablan. Los padres discuten mucho de este asunto con los hijos porque los padres, aunque estén mal, se conforman: la experiencia les dice que siempre se puede estar peor. Pero los jóvenes, como es lógico, no se resignan y expresan como pueden su malestar.

–Ya voté hace años -dicen- y las desigualdades no han dejado de crecer, tengo un sueldo de mierda, no puedo alquilar ni comprar una casa, no puedo irme a vivir con mi pareja, no puedo tener hijos ni planificar el futuro. A lo más que puedo aspirar de vez en cuando es a un subsidio.

Los padres escuchan y reconocen para sus adentros que los hijos tienen razón y no la tienen a la vez porque los padres siempre intentan salvar los muebles. Los muebles parecen poca cosa, pero se compraron en su día a plazos. Había que dividir el salario en montoncitos y decir: este para la hipoteca, este para el televisor, este para la nevera, este para el mueble-bar… A los padres les parecía un lujo el mueble-bar, aunque ahora no beben y es donde guardan las facturas. Un mueble-bar lleno de facturas es lo más parecido a una tumba, pero los padres recuerdan los días de vino y rosas, de las botellas de ginebra y de las de güisqui y de las de coñac. Tal vez no deberían haber dejado de beber o deberían haber empleado ese hueco vacío para algo distinto. La acumulación de facturas viejas, que ni siquiera le interesan a Hacienda, implica un modo de mirar el mundo. Apenas cabe imaginar una forma de pensamiento más triste.

Pero incluso la forma de pensar en montoncitos de los padres es ahora utópica. Nadie puede hacer montoncitos con los sueldos que, cuando entran, solo sirven para ir tirando, y los hijos abstencionistas no están dispuestos a votar para ir tirando, sino para ponerlo todo patas arriba. La verdad es que patas arriba es como se encuentra ahora. Los hijos abstencionistas quieren colocar las cosas de pie y vivir de pie, pero les obligan a ir de cabeza.

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