Las elecciones del 23 de julio ¿movimiento maquiavélico?

José Manuel Otero Lastres

José Manuel Otero Lastres

La noticia del adelanto de las elecciones generales al 23 de julio convocadas como consecuencia de la abultada derrota del sanchismo en la elecciones municipales y autonómicas cogió a todo el mundo por sorpresa. Las muestras inequívocas que había dado hasta entonces Pedro Sánchez de subordinarlo todo al hecho de mantenerse en la Moncloa parecían un argumento para descartar razonablemente el adelanto electoral. Por eso el estupor fue mayúsculo hasta el punto de que hubo quienes calificaron el adelanto como una decisión de gran calado estratégico e incluso propia de un político maquiavélico. Menos impresionado Ignacio Camacho escribió en El coleccionista de fracasos: “A base de propaganda, Sánchez ha extendido en numerosos sectores de opinión pública una infundada reputación de infalibilidad, de genio táctico, de resistente audaz, de hábil gestor de tiempos y de eficaz constructor de relatos. Un bulo más que se corresponde mal con la demoledora evidencia de seis comicios perdidos en tres años”.

La pregunta que surge es, por tanto, ¿estamos ante una decisión maquiavélica o ante una medida más efectista que efectiva incapaz de convertir la rotunda derrota en las elecciones del 28 de mayo en una victoria el 23 de julio?

El tiempo lo dirá, pero como no hay nada mejor que dejar que las cosas vuelvan a su cauce, creo que ya estamos en condiciones de valorar más detenidamente todas las circunstancias y ofrecer a los lectores una respuesta a esa pregunta que sea más racional que emotiva.

Circulan por la red distintas versiones sobre las razones que llevaron al presidente del Gobierno a considerar el adelanto de las elecciones como la mejor respuesta a los desastrosos resultados que habían arrojado las urnas. Hoy en día, contamos incluso con la propia explicación del presidente del Gobierno, el cual en una reciente comparecencia ante el grupo parlamentario socialista dijo que la decisión del adelanto electoral la había tomado “en conciencia”, subrayando, además, que le había dolido mucho que magníficos alcaldes y presidentes autonómicos socialistas, con una gestión intachable, fueran a ser sustituidos por otros políticos de la derecha.

Es difícil saber qué fue lo que realmente influyó en su decisión, aunque lo lógico es pensar que no haya sido una, sino varias las razones que han motivado su decisión. Sin negar que pudiera haber habido otras, considero que son dos las que más pesaron. La primera, aunque no la más determinante, fue que de ese modo se aseguraba el puesto de candidato de su partido a la presidencia del Gobierno: en el corto espacio de tiempo que quedaba hasta el 23 de julio no cabía que se planteara el tema de la designación de otro candidato. Por lo cual, salvo que él decidiera no presentarse (cosa posible pero no muy probable), dejaba definitivamente controlado el tema del cabeza de lista de su formación. La segunda, y para mí más importante, es que con esa sola medida, de un plumazo y sin sufrir desgaste alguno, ponía fin a la coalición con Unidas Podemos y a la necesidad de volver a necesitar el apoyo Frankenstein.

Pero ¿fue tan acertada como dicen algunos la decisión de adelantar las elecciones? La respuesta no es igual para todos. Ha sido una excelente noticia para los que defienden el interés general de España. En efecto, no hace falta ser muy perspicaz para caer en la cuenta de los seis meses que tendríamos por delante los viviríamos en una enorme inestabilidad. Un Gobierno que ya venía dando síntomas inequívocos de fragmentación y en el que incluso se hacían patentes en público las discrepancias entre los ministros, según fuese la formación política de procedencia, distaba mucho de tener la imprescindible unidad de acción en defensa del interés general que parecía múltiple y particularizado.

Creo también que fue una decisión beneficiosa para los partidos que ganaron las elecciones municipales y autonómicas. Con el riesgo de equivocarme pienso que se puede pronosticar que, siendo tan corto el tiempo que resta hasta el 23 de julio, será casi imposible que no lleguen hasta entonces los ecos de la victoria del 28 de mayo. Es verdad que hay deportes en los que se puede remontar un resultado en un cortísimo espacio de tiempo. Pero esto no suele suceder en política: hay que ser rematadamente optimista para creer que desde el 28 de mayo al 23 de julio una buena parte de los electores cambiará el voto. Sobre todo, si, como está empezando a verse, la campaña del presidente del Gobierno, lejos de rectificar los errores que condujeron a la derrota anterior, persiste en ellos y los agrava. Como ha escrito Alfonso Guerra (El embrollo electoral) “agrupar otra vez a los socios fracasados para detener a un nuevo gobierno de ultraderecha”, lleva a que “tal vez haya llegado el momento de que los socialistas se interroguen sobre si no será el problema el candidato”.

Por otra parte, la política es tan cambiante, que tal vez el candidato lo haya olvidado y, en consecuencia, no haya valorado que pueden surgir contratiempos hasta el 23 de julio. Así, en los dos días que han pasado desde el anuncio del adelanto electoral han surgido tres hechos nuevos que no deben haber agradado mucho al líder del PSOE. El primero es que Ciudadanos ha decidido no presentarse a las elecciones generales, con lo cual el grueso de los votos de esa formación política (se habla de 300.000) habrán de repartirse entre otros partidos, siendo el PP el que parece que podría recibir la mayor parte. La segunda noticia es que en Cantabria se le facilitan las cosas al PP para formar gobierno al manifestar Revilla que su partido apoyará la investidura del candidato de aquella formación. Y la tercera es que, en las primeras encuestas referidas ya a las nuevas elecciones generales, el PP y Vox superarían en 20 escaños la mayoría absoluta. Hasta ahora no parece, pues, que hayan cambiado los vientos a favor de la nave gubernamental.

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