Egos

Begoña Peñamaría Diseñadora y escritora

El ego es en sí mismo la parte central de la consciencia humana.

Cuando este se presenta de forma constante y persistente, se considera que está exacerbado y traspasa la frontera para vivir en buena convivencia con los demás.

Las personas cuyo ego sobrepasa lo tolerable, van por la vida creyéndose el centro del universo, o lo que es lo mismo, sintiendo que son ellos contra un mundo que los ataca y del que tienen que defenderse con uñas y dientes para no ser engullidos por sus fauces.

Existen diez tipos de egos localizados: el sabelotodo, el insaciable, el interruptor, el envidioso, el prestigioso, el jinete, el sordo, el manipulador, el orgulloso y el silencioso.

Destacar que el sexto hace alusión a esas personas sibilinas que sacan información de otras personas para utilizarla a su favor, el sordo a esos otros seres que nunca escuchan y que sólo hablan y, el silencioso, a esos individuos que parece que escuchan y que —sin embargo— son hipócritas y traidores.

En esta sociedad egoísta y narcisista en la que cada cual mira solamente por sí mismo, es lógico reconocernos en alguno de estos espejos o, lo que todavía es peor, visualizar con nitidez a los que nos rodean.

Y es que tener ego es necesario para ser uno, pero en su justa medida, sin banalidades ni pisar cabezas. El suficiente para tener una esencia de la que podamos despojarnos cuando haga falta sin dañar ni hacer uso de determinadas personas como si fueran cosas.

Al ego le gusta tener el control sobre cada situación y persona.

Por ello, actúa en base a lo que él desea. De no ser así, hay un torrente de emociones negativas que conducen a la frustración y a la amargura, al enfado constante y, de alguna manera, a la pérdida del respeto propio y ajeno.

El ego es orgullo necesario en según qué circunstancias, pero no debemos olvidar que es también la fosa de muchos individuos que por no entenderse ni tratarse a tiempo, prefieren visualizar el mundo como un campo de minas del que ellos son los amos y por el que campar a sus anchas de afrenta en afrenta.

Y es que tener dignidad es necesario, pero permitir que esta crezca hasta desheredarnos de la fortuna afectiva, es a todas luces una falta de inteligencia en toda regla.

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