Pureza de sangre

Juan Gaitán

Juan Gaitán

Amparo Rubiales, presidenta del PSOE de Sevilla, ha llamado a Elías Bendodo, coordinador general del PP, “judío nazi”. Tras la primera perplejidad, el súbito estupor de leer/escuchar eso de alguien que toda su vida se ha calificado a sí misma como progresista, de alguien que dijo/dice/dirá luchar por un mundo mejor, igualitario y libre, me quedo tremendamente preocupado por saber qué parte del oxímoron considera doña Amparo que es el insulto. Yo apuesto que es “judío”.

En el viejo arte de la injuria en español, “judío” siempre ha sido una de las más habituales. Del clásico y muy popular “perro judío”, ya en retirada pero frecuente hasta hace no tanto, a las recordadas andanadas que Quevedo enviaba a Góngora. Basten un par de ejemplos para hacer memoria: “Yo te untaré mis obras con tocino/ porque no me las muerdas, Gongorilla,/(…) Por qué censuras tú la lengua griega/ siendo sólo rabí de la judía/ cosa que tu nariz aun no lo niega”, y en el muy conocido soneto donde incide en que “las doce tribus de narices eran”.

Ser judío fue siempre en España tan difícil como en todas partes. En este sur que habito y que me habita persiste la costumbre de hacer limpieza general los sábados y de hacerlo con todas las ventanas abiertas. Estoy convencido de que ya nadie recuerda por qué se hace así, a ojos de todos los vecinos, pero tiene su origen en la necesidad de que se vea que no se guarda el preceptivo descanso del shabat. Todo proviene de ahí, del pecado de ser judío. También la ancestral costumbre, viva aún en muchos pueblos, de dar a probar a los vecinos el producto de la matanza del cerdo. Se dice que si no “se pudre”, pero su realidad es o fue más terrible, dar a comer cerdo a todos para que demostraran que no eran judíos o musulmanes. Y todavía en el diccionario de la RAE “judío/a” tiene como quinta acepción: “Dicho de una persona: Avariciosa o usurera”.

Debemos suponer, por el uso de este insulto, que doña Amparo se considera a sí misma “hidalga y cristiana vieja”, capaz de superar las pruebas de “pureza de sangre” que fueron implantándose en España a partir de la segunda mitad del siglo XVI.

A poco que se escarba acaba uno encontrando un racista. Un racista es, paradójicamente, alguien que no ha escarbado lo suficiente en su genealogía, porque de haberlo hecho hubiera comprobado que todos somos mestizos, que todos tenemos una parte judía, mora, negra, aria… y que eso no se elige, cada uno es según sus genes. En cambio, si es una elección particular ser racista, llevar el odio en la mirada y a flor de boca. Con lo hermosa que es la palabra “amparo”… Qué tristeza, qué contradicción, qué desatino.

Suscríbete para seguir leyendo