Opinión | El trasluz
Viva el bricolaje
Leí un manual sobre estadística que me puso a los pies de mi ignorancia. No sabía que esa ciencia fuera tan bella e importante y tan aplicable a todos los aspectos de la vida. Dispuesto a incorporarla a mi existencia, decidí empezar por un ejercicio sencillo aconsejado en el libro. Consistía en sentarse en la terraza de un bar y contar, durante una hora, a los transeúntes a los que les faltara una pierna. Tras repetir el ejercicio durante cuatro miércoles seguidos, se podían extraer conclusiones muy interesantes cuya enumeración les ahorro porque la lista es larga. Y bien, llegó el primer miércoles, tomé asiento en la terraza del bar y no pasó una sola persona a la que le faltara una pierna. Pero vi, en cambio, a dos mancos.
Me pregunté si debería cambiar el objeto de mi estudio y decidí que sí, puesto que con los mancos ya había obtenido resultados palpables. Al siguiente miércoles cogí cuaderno y me planté en mismo lugar dispuesto a contabilizar los brazos ausentes. Pero no detecté ninguno, pese a que me quedé más de una hora. Ese día, en cambio, registré a dos individuos a los que faltaba la pierna derecha. Dudé si volver al estudio anterior o empecinarme en los mancos y finalmente decidí que tomaría nota de cualquier amputación. Ignoraba adónde me llevaría el nuevo trabajo, pero me pareció interesante comprobar que, de momento, ya disponía de dos datos curiosos.
El tercer miércoles no ocurrió nada, excepto que un niño se pilló un dedo con la puerta del baño del bar y perdió una falange. No lo anoté porque me pareció poca cosa. El cuarto miércoles, en cambio, pasó un perro al que le faltaban las dos patas de atrás, que habían sido sustituidas por dos ruedas. Me pregunté si resultaría estadísticamente correcto mezclar extremidades de personas con extremidades de animales. Tras consultar el manual sin hallar ninguna aclaración, decidí contabilizarlo todo junto. Tenía, pues, dos extremidades superiores y cuatro inferiores ausentes. La cuestión era cómo cocinar esos resultados para averiguar con cuántos mutilados me cruzaría yo a lo largo del resto de los miércoles de mi vida en la esquina desde la que había realizado el estudio. Salía una cantidad exagerada, de donde deduje que algo había hecho mal. Me consolé con la idea de que Tezanos no lo habría hecho mejor y volví al bricolaje, que jamás me decepciona.
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