Opinión | Inventario de perplejidades
El hombre más feliz del mundo
Fundamentalmente, el radiofonista Pepe Domingo Castaño era un hombre alegre y con muchas ganas de pasarlo bien, incluso en su trabajo, lo que ya es el colmo de la desfachatez. Millones de seres humanos aspiran a lo mismo, pero muy pocos acceden a ese estado de beatitud previo a la elevación mística.
Los funerales de los personajes populares, y Pepe Domingo fue uno de ellos, suelen ser multitudinarios. Las masas tienen sus favoritos y no es bueno ir contra sus preferencias, aunque el objeto de su devoción suele ser casi siempre alguien relacionado con la música como autor o como intérprete. La lista desbordaría el espacio dedicado a este artículo, pero bastarán unos pocos nombres para confirmar la certeza de esa tesis (John Lennon, Elvis Presley, Gabriel, Johnny Hallyday, Celia Cruz, Bob Marley, Mario Moreno, etc., etc.).
Yo era muy joven cuando me impresionó el eco perdurable del funeral itinerante del legendario Carlos Gardel, que duró 45 días y fue pródigo en incidentes.
Tuvo éxito en vida Pepe Domingo como autor musical e intérprete de sus propias canciones. Y eso llevó a muchos promotores a presionarlo, seguramente con la mejor de las intenciones, para que optase por una carrera segura y exitosa, en vez de escoger la radio, que era otra de sus ilusiones juveniles. Como luego se comprobó, esa fue la decisión acertada. Tenía un timbre de voz perfecto para triunfar en ese oficio. Ni engolado ni chillón. Ni atropellado ni adormecedor. Ni pijo del barrio de Salamanca, ni cofrade penitencial durante la Semana Santa, lo que le proporcionó fama imperecedera fueron sus versiones musicales de la publicidad durante las retransmisiones deportivas. Daba lo mismo que el producto que se anunciaba fuese una marca de tabaco (¡habremos oído más de cien veces, y hasta miles, la famosa frase “¡Pepe, un purito!”, que lleva años instalada en lo más profundo de nuestras neuronas por obra y gracia de la habilidad publicitaria de Pepe Domingo!). Hasta el rey Campechano Primero la tenía situada en lugar destacado en el repertorio de sus gracietas borbónicas.
Hay que ser un genio para hacerlos atractivos, bien combinando letra y música de una canción surrealista para elogiar, pongamos por caso, las virtudes de una taladradora, de una sopa enlatada o de una marca de helados. Todo le valía al bueno de Pepe para transformar una vulgaridad en el zapato de Blancanieves.
Entre las últimas proezas a las que hubo de enfrentarse figuraba una colección de útiles para trabajar en la horticultura. Creímos que no sería capaz de superar esa dificultad, pero lo hizo… Sonaba parecido a esto: “Ssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”.
Pepe Domingo fue una persona singular. Solía decir que era el hombre más feliz del mundo y puede que tuviera razón.
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