Opinión | LA PELOTA NO SE MANCHA
El Dépor, el club que se reinicia cada cuatro meses

Idiakez
El Dépor es como ese coche que nunca arranca, que siempre se queda sin batería, al que siempre le falla la pieza más insospechada. Desmonta el motor, cambia todas las piezas posibles, cual maestro artesano. Lo limpia, lo engrasa, se sienta de nuevo al volante y... nada. Y así una y otra vez, una y otra vez. Tras darle la vuelta al club como a un calcetín el pasado verano, el Dépor se enfrenta ahora a un nuevo reinicio como institución cuatro meses de después. Agotador, ineludible. Pero es su desgracia, es su anómalo día a día. Se empeña en cuidar los pasos, en detenerse en los detalles, en apostar fuerte... y vuelta a empezar. Se le ha acusado de ir con las luces cortas en las últimas temporadas, de no construir y de fiarlo todo al ascenso, de intentar correr cuando aún no camina con firmeza. Y ahora que pretende levantar la cabeza y poner las largas, su realidad le empuja a dar un volantazo en cada curva para no volver al precipicio. Eso sí, estaría bien que por una vez y, aunque lo que le rodea empuja a desgastar la guillotina, no todo fuesen cenizas, que quedase algo en pie.
El Dépor quería ser otro: estable, firme... Ni ha sabido ni ha podido. Tampoco puede entregarse a la parálisis
Con o sin Imanol Idiakez, el Deportivo necesita ser otro a partir del mes del mes de enero. Los milagros existen y el futuro no está escrito, pero los indicios y las urgencias no le ofrecen un futuro muy prometedor al técnico vasco en A Coruña. Ni siquiera un triunfo en O Carballiño garantiza su continuidad.
Es una evidencia que el vestuario ha estado con él, más allá de que son inevitables las fisuras entre los que no juegan o por el desgaste en un equipo y en unos jugadores a los que, a veces, se les ha visto perdidos en el campo. Hay triunfos, como el de Barcelona, que solo se consiguen si te importa, si algo se te mueve dentro ante la posibilidad de que caiga tu entrenador. Ofuscados e incapaces, pero leales.
Pase lo que pase, Idiakez sabe que le han tenido paciencia. Si el club no hubiera sido de gatillo fácil en los últimos años...
A cualquier club le gustaría contar con un Braulio y con un Jagoba Arrasate e ir hasta el infinito y más allá con su apuesta en un mundo cada vez más volátil. Pero el fútbol está lleno de errores, de circunstancias y de momentos y un club y un equipo (y menos el Dépor en Primera Federación) no pueden dar la sensación de inmovilismo o de mediocridad, de que todo vale, de que el club puede deambular como si fuera un cualquiera. No es soberbia, es ambición, es ajustar lo que pretendes y lo que inviertes con lo que estás consiguiendo. No da.
El Dépor está tan mal que ha generado un estoicismo en la grada que linda con una desafección peligrosa que no se puede permitir un club en sus circunstancias. Al final, son repetidos desaires en una relación un tanto tóxica que vuelve a encender la llama con facilidad. Convendría, eso sí, no jugar con fuego. Es tal el hartazgo que, ni siquiera los nueve puntos de distancia con el liderato están ahora en la parte alta de las preocupaciones del deportivismo. Es peor ver a jugadores atenazados, a un equipo sonámbulo sin saber a dónde va, tropezando con todo y todos, sin ser capaz de avanzar.
Habrá fichajes en el mes de enero, y no serán pocos. También bajas, algunas dolorosas y de pulso firme
A toda esa sensación contribuye la dinámica del club en los últimos años, unos jugadores que no están al nivel que se les presupone y también un entrenador que no ha sido ni líder ni guía en las penumbras. La planificación del Deportivo no ha sido la mejor. Con todas las salvedades que pueden ponerle las lesiones, la realidad es que Idiakez ni les ha sacado rendimiento ni ha armado un equipo en toda su extensión. Ni plan ni automatismos ni fortalezas grupales. Esa sensación de parálisis y de estar perdidos sobre el terreno de juego en la segunda parte ante el Sestao River son la mayor de las sentencias para un entrenador. Se irá hoy, mañana, en una semana o en un mes, pero no parece sencilla de reconducir la situación. E Idiakez, más allá de lo que depare el futuro, sabe que el Dépor le ha tenido paciencia como entrenador. Más de la que muchos hubiesen imaginado allá por el verano. Es probable que el vasco ya se hubiese marchado hace semanas si el club coruñés no tuviese un historial a sus espaldas de gatillo fácil o si no hubiese ocurrido todo lo que ocurrió con Rubén de la Barrera el pasado verano. Quería cambiar, ser otro. Ni ha sabido ni ha podido.
Dolorosas bajas
Una pretendida metamorfosis en el Dépor no va a producirse única y exclusivamente con un entrenador que llegue con una varita mágica bajo el brazo. Con o sin Idiakez, se cerrarán fichajes y no serán pocos. Una de las debilidades ya la reconoció el director deportivo, Fernando Soriano, en una de sus últimas entrevistas. El equipo no estaba cubierto ante una hipotética baja de larga duración de Iván Barbero, que por desgracia se ha producido. No hay gol.
Vendrá un delantero porque el ex de Osasuna no está a punto, porque el entrenador no confía en Martín Ochoa y porque a Kevin aún le queda por hacer mucha mili en el Fabril, más allá de ese flechazo con Riazor ante el Tenerife. Habrá más contrataciones y habrá bajas por pura lógica aritmética. Algunas de gestión dolorosa, de pulso firme. Si los equipos hablan en el campo por sus entrenadores, un buen termómetro de las planificaciones es la cantidad de fichajes que cierra en el mercado de invierno o el número de entrenadores que se sientan en el banquillo a lo largo del año. El partido del Arenteiro marcará un punto y seguido en un Dépor que se ha equivocado, pero que ante todo debe mantener los cimientos en pie y no regodearse ni relamerse ante los errores. Hay que avanzar, reaccionar, cambiar.
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