Opinión | Billete de vuelta

El valiente discurso del último Rey

Todos los cañones del independentismo y del republicanismo irredento apuntan a un nuevo objetivo: el titular de la Corona, tras su discurso valiente de la pasada Nochebuena, de encendida defensa de la Constitución. Debe de ser delito de lesa majestad que el Rey pusiera por delante de cualquier otro asunto de relevancia nacional el cumplimiento de la Carta Magna como garantía de unión y de progreso. Y que advirtiera, sin duda con tino, que si no se respeta la norma fundamental “no hay democracia ni convivencia posible”. Y que añadiera que ni ley, ni paz, ni libertad, sino “imposición y arbitrariedad”.

El de Felipe VI fue un discurso sin ambages en un momento crítico, se quiera reconocer o no, para la integridad de este país. Y también para la Corona. Todos los partidos que soportan con intereses egoístas los palos del sombrajo de Sánchez salieron en tropel contra el Rey como una jauría de dingos, porque el mensaje del Monarca fue nítido: fuera de la Constitución no hay ley. Su alegato en favor de la convivencia de todos los españoles, residan donde residan, sean cuales sean sus ideologías y creencias, ha hecho daño a quienes, en estas calendas tortuosas, desprecian el marco constitucional, la separación de poderes, la igualdad ante la ley y la solidaridad entre territorios.

Los que tratan de instalar entre nosotros “el gen de la discordia” atacarán al jefe del Estado con idéntica saña con que tratan de minar la independencia de los jueces y con el mismo desprecio tiránico con que consideran a los que piensan de distinta manera. Seguramente Felipe VI sea el último Rey de España. Es lo que desearían con todas sus ganas. Puede que así sea, pero no porque le pasen por la guillotina, sino porque le sucederá una Reina.

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