Opinión | Crónicas galantes
Elecciones enmascaradas en Galicia
Las elecciones empiezan a ser cosa de enmascarados en Galicia. Si en julio del año 2020 los gallegos votaron con mascarilla —por razones sanitarias—, el próximo 18 de febrero bien podrían hacerlo con máscara, dada la proximidad de la fecha a las fiestas del Carnaval.
Nada más apropiado para garantizar el secreto del voto, aunque este no sea exactamente un secreto. Un rumor muy extendido sugiere que en este viejo reino del noroeste se suele votar a la derecha, lo que restaría emoción al resultado de los comicios.
Tampoco hay que dar demasiado crédito a los tópicos. Cierto es que el partido conservador tiende a ser el más votado en todas las elecciones (como lo fue hace poco en España), pero no es menos verdad que la izquierda se hizo con el poder en el no tan lejano año 2005. Y tenía entonces como contrincante nada menos que a Manuel Fraga, fundador y refundador de la actual derecha española.
Contra lo que pudiera parecer, Galicia ha tenido dos presidentes con la marca del PSOE y cuatro del PP, aunque el primero de estos últimos, Gerardo Fernández Albor, lo fuese bajo las siglas de AP y con el apoyo de la también extinta UCD. Otra cosa es que la izquierda gobernase durante solo seis años, frente a los treinta y tantos que lo hizo —y hace aún— la derecha.
Son cosas de los gallegos, gente partidaria de poner huevos en todas las cestas bajo el principio de que Dios es bueno, pero no por eso el diablo ha de ser malo.
Prueba de ello es que las principales alcaldías del país llevan años en manos de la izquierda, ya sea socialdemócrata o nacionalista. Tampoco sorprenderá que en las elecciones generales de 2019 las fuerzas progresistas ganasen por 13 diputados a 10 a las conservadoras. Ni que el resultado se invirtiese cuatro años después a favor de la derecha. Lo mismo que te digo una cosa, te digo la otra.
Ahí funciona el estereotipo que adjudica a los gallegos la condición de templagaitas, tan lógica por otra parte en un pueblo famoso por el dominio de ese instrumento de viento.
Si acaso, pudiera llamar la atención el hecho de que Alfonso Rueda haya decidido convocar elecciones en el mes de febrero, conocido en el refranero como febrerillo el loco por sus disturbios climáticos. No hay razón para sorprenderse. La última vez que los gallegos fueron llamados a votar coincidió con un caluroso mes de julio y una pandemia; circunstancias que solo restaron alguna afluencia menor de la ya escasamente habitual a las urnas.
Carece de importancia que la cita toque ahora en pleno invierno, visto que el gallego es un votante apto para todas las estaciones meteorológicas. Ni siquiera el cambio climático parece relevante en una tierra tan poco dada a los cambios como esta.
Aun así, el desenlace de las próximas elecciones es una incógnita, como casi todo por aquí. No hay encuesta fiable en un país donde el personal gasta la costumbre de responder a una pregunta con otra y en el que la mejor palabra es siempre la que queda por decir. Solo se sabe que, con los gallegos, nunca se sabe. Habrá que esperar a febrero para ver hacia dónde se desenmascara el voto.
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