Opinión
La reportera

La reportera / LOC
Le tocaba estar en todos los fregaos y algún sarao, al pie de calle y carretera, con los accidentes de tráfico rodado comiéndose las mejores noticias, si es que lo bonito crea alguna. Era cronista asalariada del suceso, del acontecimiento local e internacional; se le daba bien contar a bote pronto lo de aquí y lo de allá; tenía esa facilidad de poner por escrito lo que la tinta de la vida pinta y mancha como ríos por el mapamundi. Una freelance con la antena de la pluma conectada y el olfato periodístico en buena cobertura. Sabía tocar todos los palos de la escritura según lo pidiera el momento: dramaturgia de sainete en la crónica parlamentaria, novela por entregas en las promesas electorales, noticias de sociedad contadas sin detergente de limpieza, relatos de la gente sin relato ni esperanza, columna para los sintecho, glosa de libros sin esponsor, reseña de lo que nadie habla. Pero tocaba descanso. Buscó un sitio en la España vacía sin contenedores de actualidad. Tuvo suerte, está en un lugar donde amanece que no es poco, nubes blancas gigantescas mandan en el cielo, los árboles ocupan su espacio milenario, el ganado se hace notar más que los coches, no hay taberna ni colmado. De vez en cuando tocan a misa las campanas: el ruido más sonoro que se expande por la aldea. Un día paseando entró en el cementerio como mosca despistada por una ventana abierta, leyó la letra de algunas lápidas desconsoladas, único resto de vida muda en aquel espacio lleno de gente, otrora con voz propia. Siguió el paseo acostumbrado apoyándose en la rama de castaño que servía de bastón y compañía a sus pensamientos: La vida sigue aquí su paso, como yo voy andando ahora. Todo fue sentido, sufrido y vivido antes. También escrito, ya en lápidas de piedra con hermosa frase de amor o palabras de desconsuelo, ya en nubes ligeras que no dejan de viajar por el mismo camino.
Quien lo sabe todo es un roble centenario al que le sobran palabras para quien sepa entender la quietud de su presencia. Todo ya fue escrito, incluso la poesía más fina o el haiku más profundo.
La reportera descansa a cien kilómetros del aeropuerto más próximo y avisa que desde ya, tiene el móvil en modo avión. Unos pocos libros en espera es la única tarea que se propone acabar pero con la ventaja de que no le meten prisa.
Hace bien.
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