Opinión | El desliz

Basado en hechos reales

Si el caso de la francesa Gisèle Pélicot (71) fuese una miniserie cualquiera de nosotros calificaría a sus creadores de rebuscados, exagerados, enrevesados y artificiosos. El guion de una madre de familia drogada por su propio marido durante una década para que la violaran en su dormitorio más de cincuenta tipos reclutados en un foro de internet parece demasiado brutal para ser cierto. Y sin embargo, el odioso protagonista, Dominique Pélicot, un jubilado de 71 años, acaba de reconocer los hechos en el juicio que se sigue en su contra, y en el que comparte banquillo con sus colaboradores necesarios para la atrocidad que organizó, facilitó, documentó y grabó. “Soy un violador, como todos los hombres acusados en esta sala”, dijo. “No nacemos perversos, nos convertimos en ello”, argumentó también porque está recibiendo ayuda psicológica para entenderse a sí mismo y lo que hizo, y prosiguió: “Gisèle no se merecía lo que ahora reconozco”. Por supuesto que no. Posiblemente, lo más aterrador de la barbarie sexual padecida por esta mujer estribe en la sencillez y normalidad de la vida que creía llevar, una existencia ordinaria dedicada a cuidar de sus tres hijos y siete nietos, junto a su marido que era “un tipo genial” en una ciudad pequeña. Una señora como cualquier otra, aficionada a pasear y a cantar, que pensaba que estaba perdiendo la memoria, cosas de la edad, cuando se levantaba confusa y cansada por la sumisión química.

También son gente corriente sus depredadores, intachables ciudadanos de entre 26 y 73 años, un bombero, un militar, un enfermero, un periodista, un guardia de prisiones o un concejal municipal. “Con una llamada, podrían haber salvado mi vida. Pero ninguno lo hizo”, relató la propia víctima, que ya es un emblema de valor y dignidad al participar en el juicio a cara descubierta. Se ha construido una vida extraordinaria sobre las ruinas de la anterior. La vergüenza ha cambiado de bando, aseguran desde la defensa de Gisèle Pélicot, que aguanta estoica las continuas interrupciones de las sesiones por la salud del acusado principal, y escucha la panoplia de excusas baratas que han exhibido sus violadores en busca de atenuantes. Estaban convencidos de que el abuso era consentido, creían que era un juego lascivo, o se limitaban a seguir las instrucciones del marido. Es un alivio no pertenecer a su entorno cercano de familia o amistad para no tener la tentación de creerles o disculpar de algún modo un comportamiento repugnante. Quiso la casualidad que a Dominique Pélicot le sorprendieran en un lugar tan normal como un supermercado grabando debajo de las faldas de las clientas. Gracias a eso la policía destapó su trama de violaciones.

El juicio que se sigue en Aviñón por el caso Pélicot es uno de los más mediáticos que se recuerdan en el mundo entero. Deben ser millones los escalofríos que ha generado el relato del suplicio sexual de la francesa, de ahí la extrañeza de que sea este mismo momento el elegido por Isabel Díaz Ayuso para anunciar que creará un centro de atención para hombres víctimas de violencia sexual. No importa que los delitos sexuales los sufran las mujeres en un 90 por ciento, cosa que señalan memorias judiciales y estadísticas de terrorismo machista. Dado que la cruda realidad no sirve de guía de gobierno a la presidenta de Madrid, urge empezar a grabar cuanto antes la serie de televisión sobre la valiente Giséle, que un día conoció la verdad y actuó en consecuencia.

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