Opinión
El cuento del rey
Juan Valera, en un texto no demasiado conocido, se refiere despectivamente a la “manía autobiográfica del Siglo XIX”. En aquella época se había puesto de moda la autobiografía, aunque en realidad fuese el Romanticismo el que impulsó el género, porque todo aquel movimiento fue, en un sentido profundo, autobiografía si tenemos en cuenta sus bases esenciales: pura desnudez, confesión íntima de los sentimientos. De esa mezcla de deseo de contar y revelar o descubrir (impulso historicista) y de tono confesional (retrato íntimo y subjetivo) nació el género.
El rey emérito ha anunciado en estos días la publicación de su autobiografía, aunque escrita por otra persona, claro, hasta ahí podíamos llegar. La autobiografía es un género, como decimos, que pasa por ser fiel a la realidad histórica, aunque en realidad es, como toda la literatura, pura ficción, puro cuento. Quizás la mejor definición del término la diera el que probablemente sea su mayor estudioso, Philippe Lejeune, en el libro El pacto autobiográfico, cuando dice que es “la narración retrospectiva en prosa que hace una persona real de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y principalmente en la historia de su personalidad”. En ningún caso hace referencia el teórico a conceptos como “verdad”, “realidad” u otros que pudieran vincular la narración autobiográfica con los hechos ciertos que se han vivido. Para mayor abundamiento, será también preciso señalar que antes de que existiera el término “autobiografía” hubo otros quizás menos confusos, como “memoria”, “noticia biográfica”, “autorretrato” o “apología”, que es como se llamaron en España los primeros escritos del género, descritas estas como “una intención autobiográfica movida por la necesidad de justificar en público las acciones que se ejecutaron o las ideas que se profesaron”. Sin duda, y a la espera del texto prometido, yo apostaría a que es lo que vamos a ver publicado por una editorial francesa.
Reconciliación, dicen que es el título elegido. Tendrá su explicación, naturalmente, pero acaso yo, que evito titular siempre que puedo, hubiera elegido El cuento del rey, porque me da que la cosa va de eso, de justificar actos cometidos, actitudes adoptadas, errores nunca confesados, pero desde la altura que da el trono, la autoridad y la pretendida herencia de sangre. Acaso la sociedad española no necesite este libro y solo sea necesario para que su autor se justifique y de paso haga caja. En estos días en que hemos visto en imágenes lo que todo el mundo sabía y nadie negó, no sé si quedará alguien que siga insistiendo en el cuento de que Juan Carlos de Borbón es un ser excepcional y no un hombre como cualquier otro, con las mismas debilidades, lo que viene a desmontar definitivamente la absurda idea de la realeza, de la monarquía, basadas en la nobleza y la ejemplaridad. Colorín, colorado.
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