Opinión
Nobel para un futuro sin guerra
Si los Premios Nobel tienen un impacto global es porque premian anualmente a los mejores, las figuras más destacadas de campos de la ciencia y de la vida que están llamados a cambiarnos la sociedad para bien. Era lógico que en las quinielas de este año el Nobel de la Paz apuntara con fuerza a quedar desierto. Oriente Próximo es un polvorín, la guerra de Ucrania se perpetúa, las violencias contra las mujeres y otras graves vulneraciones de derechos humanos se agravan en Irán y Afganistán, las guerras civiles en otros puntos del globo como en Sudán son directamente tan invisibles como mortíferas y dolorosas. No parece haber entidad, movimiento, no digamos país o alianza internacional que sepa poner fin al ciclo de violencia en el que estamos inmersos, no hay donde mirar como palanca para mover voluntades, conciencias.
El comité noruego del Nobel se inclinó finalmente por Nihon Hidankyo, una organización japonesa de víctimas de las bombas nucleares que sacudieron al mundo en 1945, pronto hará 80 años. No hay memoria viva apenas de aquel acontecimiento, solo testimonios, imágenes, relatos del terror.
Ojalá este ejercicio de memoria histórica que echa por tierra quinielas y reivindicaciones del momento ayude a dar un salto cualitativo en la respuesta internacional a la escalada bélica que vivimos, un salto al futuro con las centrales nucleares de Irán en el horizonte, con los estragos causados por los lanzamientos sobre Hiroshima y Nagasaki de vuelta a nuestros pensamientos. La primera bomba, lanzada un 6 de agosto, acabó con la vida de 70.000 personas en un instante. Y 80 años después se calcula que existen 12.000 cabezas nucleares en el mundo, repartidas entre 9 países.
Que un día antes del Nobel de la Paz se concediera el de Literatura a la surcoreana Han Kang no puede ser casualidad. La novelista tuvo reconocimiento mundial con La vegetariana, la historia de una mujer sometida a la violencia por querer tomar sus decisiones, pero su obra Actos humanos entronca emocionalmente con la necesidad de recordar los terribles efectos de las guerras, como las atrocidades cometidas por el ejército ante una rebelión popular en solo una semana de 1980 en la ciudad natal de la autora, Gwangju.
El pasado proyectado una vez más en el presente para que cambiemos el futuro.
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