Opinión | Gárgolas

Vida estúpida y fea

En una de las escenas más famosas de El tío Vania, de Chéjov, Mijail Lvovich Ástrov, un médico rural, enseña a Elena Andréyevna, de quien está enamorado, la obra que le hace sentir más orgulloso. Se trata de una colección de tres mapas que describen el estado de la región a lo largo de cincuenta años. En el primero, domina el verde. Bosques donde viven alces y cabras, y un lago con cisnes y patos. Y pequeñas granjas con caballos y molinos. Veinticinco años después, el bosque se ha encogido y ya solo ocupa una tercera parte de la geografía coloreada. «Miremos ahora la actualidad», dice el médico. Se ve un mapa con manchas verdes, sin continuidad. El color que definía la presencia de los animales prácticamente ha desaparecido. No existen granjas ni molinos. «Representa, por tanto», añade Ástrov, «una paulatina degeneración, que seguramente será completa dentro de diez o quince años». A finales del siglo XIX, el médico de Chéjov es un conservacionista que cree en la posibilidad de un mañana más amable, aunque él no esté para verlo. Piensa que habría merecido la pena sacrificar el bosque a cambio de carreteras y ferrocarriles, «si se hubieran creado escuelas y empresas», pero resulta que la degradación es consecuencia de la pobreza, que empuja «al hombre enfermo, hambriento y con frío, a destruirlo todo sin pensar en el mañana, para salvar a sus hijos». Chéjov, pese a la melancolía y la tristeza que se desprende en sus obras de teatro, mantenía una visión optimista del futuro. Por eso también hace decir a Vania: «Los que vivan dentro de cien, doscientos años, nos despreciarán por una vida tan estúpida y fea; ellos quizás sí que encontrarán el medio de ser felices».

La degeneración no viene de ahora; la inconsciencia hacia el legado que transmitiremos, tampoco. Pero hace cien años el progreso se veía en forma de una expansión general que debía reducir «la vida estúpida y fea». ¿Qué les podríamos decir a nuestros antepasados, qué felicidad hemos dibujado? El doctor William Ripple, profesor del área de Ecología en la Universidad de Oregón, es uno de los principales impulsores del reporte sobre El estado del clima, un documento que lleva años analizando la evolución del cambio climático en el planeta. En el informe de 2024, ha dicho que estamos inmersos en una «abrupta convulsión climática que pone en peligro la vida en la Tierra, una situación terrible jamás vivida en los anales de la existencia humana». Y ha añadido que bordeamos el precipicio, «un desastre climático irreversible». Lees el reporte y tiemblas, porque descubres que los científicos ya no contemplan medidas para hacer frente a la tragedia y evitarla, sino que apuestan por un tratamiento paliativo, «para limitar la magnitud de la calamidad». En los mapas del doctor Ástrov, si los dibujara ahora, veríamos desolación e inconsciencia, en este caso en aras del progreso. Los que vivirán después de nosotros también nos despreciarán, por una vida aún más fea y más estúpida. Y quizás ya no tengan la oportunidad de encontrar ningún medio para ser felices.

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