Opinión | Crónicas galantes

Barra libre contra el jabalí

Razonablemente alarmado por la multiplicación de jabalíes —que se reproducen como conejos—, el Gobierno de Galicia acaba de dar barra libre para la caza de esta especie. Durante los próximos cuatro meses se permitirá abatir sin límite alguno a los puercos bravos, preferiblemente hembras. En esta guerra no se hacen prisioneros.

El jabalí es animal insurrecto y a su manera, anarquista, que no vacila en subvertir el orden en las carreteras de este reino. El pasado año, por no ir más lejos, provocaron casi cuatro mil percances de tráfico en Galicia, lo que equivale a una cuarta o quinta parte del total de siniestros registrados.

Del carácter antisistema de los jabalíes da prueba el dato de que dos de ellos se inmolasen años atrás en un atentado contra el entonces presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. Por fortuna, el ataque produjo más daños en el coche oficial que en sus ocupantes.

No fue el único caso. Otros jabalíes se cruzaron también en el camino de un conselleiro y, hace apenas un año, en el del presidente —socialista— de la Diputación de Lugo. Ahí se ve que no hacen distinción entre derechas e izquierdas, lo que confirmaría su espíritu rompedor y, por qué no decirlo, revolucionario.

Puede que no compartan esa opinión los cada vez más escasos vecinos del campo que cifran en varios millones de euros anuales los daños que el jabalí causa en sus sembrados. Trabajadores a fin de cuentas, difícilmente entenderán que se califique de insurgentes anticapitalistas a los puercos de la variante brava.

Bien al contrario, es muy probable que aplaudan la barra libre abierta por el Gobierno conservador de Alfonso Rueda con el propósito de reducir el número de jabalíes en circulación.

Otra cosa es que la medida, ya adoptada anteriormente, vaya a tener el éxito apetecido por sus promotores. La última vez que se tomó, hará cosa de cinco años, fueron miles los ejemplares abatidos por todo un ejército de cazadores; pero ya se ve que los cerdos salvajes siguen dando guerra. Algo tendrá esta especie, que no por casualidad es del ramo de los paquidermos, para sobrevivir a casi cualquier holocausto. E incluso para tomar represalias contra los políticos que ordenan darles caza.

Se trata de una cuestión política, por más que los puercos silvestres no sean conscientes de ello. Como observó en su día Ortega y Gasset, el apelativo de «jabalíes» se aplica a aquellos diputados que acuden al Congreso para armar gresca, patalear las intervenciones del adversario y convertir la Cámara en gallinero. Imitan muchos de ellos la conducta asocial y gamberra de estos animales, solo que cobrando —y bien— por hacer el ganso o, más exactamente, el jabalí. Y con la seguridad de que ningún gobierno decretará una batida general contra su especie, que a fin de cuentas son congresistas con tratamiento de Ilustrísimas Señorías.

A los jabalíes propiamente dichos, que no gozan de esas dignidades, les van a dar para el pelo en los meses de pólvora que se avecinan. Más les valdría formar un partido y presentarse a las elecciones.

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