Opinión

Los sesgos del dolor

El umbral del dolor es «la mínima experiencia de dolor que un paciente puede sentir o reconocer». Es la definición que de este concepto médico se hace en la Revista de la Asociación Española del Dolor, donde es descrito, el dolor, como una «experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a daño tisular real o potencial». En las dos definiciones se hace referencia a la emoción, ajena, en teoría, al cuerpo, opuesta y contraria, a veces, a él. Llegué a ellas hace más de una semana, el pasado 17 de octubre, Día Mundial contra el Dolor. Es una realidad, la del sufrimiento físico, que me interesa. Lo he padecido desde una edad temprana y, especialmente, he visto sus efectos, terribles, en mis padres, fallecidos ambos a causa del cáncer. Como periodista, además de escritora, trato de recabar toda la información posible cuando algo me preocupa. Y este era el caso, aquel día. Descubrí, así, en un tren con destino a Oviedo, los sesgos que existen en la percepción y el tratamiento del dolor en las mujeres.

Apunté, en el cuaderno que siempre llevo conmigo, las declaraciones de la doctora María Blasco, coordinadora del Grupo de Trabajo de Atención a las Mujeres de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen): «Las mujeres se enfrentan a actitudes escépticas por parte de los profesionales de la salud, quienes tienden a psicologizar su dolor, dudando de la veracidad de sus síntomas en función de su apariencia. Esta realidad afecta a la forma en que el dolor es diagnosticado y tratado, exacerbando las desigualdades en la atención». Desigualdad. Cuidados. Dos de los pilares en los que se asienta la sociedad, todavía machista, en la que vivimos. Según Semergen, en las mujeres la prevalencia del dolor crónico es dos veces mayor, al menos, que en los hombres. Hay, además, ciertas patologías dolorosas más frecuentes en nosotras, como la fibromialgia, la artritis reumatoide, el dolor pélvico crónico, la artrosis o la migraña. Esta última dolencia lleva padeciendo, desde su infancia, Siri Hustvedt, con la que iba camino de encontrarme, de ahí mi viaje en tren. La escritora sufre, asimismo, sinestesia tacto-espejo (percepción de sensaciones táctiles al ver que otras personas las sienten) y temblores incontrolados, experiencia a la que se enfrentó, en busca de un diagnóstico, en un libro extraordinario, La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, donde se adentra, demostrando su ingente conocimiento, en la neurología, la psiquiatría o el psicoanálisis.

Durante el acto que protagonizó, ese día, el Mundial contra el Dolor, en el Teatro Jovellanos de Gijón, en el que la acompañé, Hustvedt habló, desde la sensibilidad, sin caer en el sentimentalismo, de la pérdida de su marido, Paul Auster, y fue capaz, también, de desplegar su inteligencia, su humor y fina ironía, al hablar de cómo la petición de Una habitación propia para las creadoras hecha por Virginia Woolf hace 95 años sigue siendo pertinente.

Las mujeres aún somos castigadas por nuestra ambición, se espera que nos sentemos a la mesa, en silencio, doblegadas ante la autoridad masculina, tan altiva en el ámbito intelectual. Ella lo ha sufrido, en muchas ocasiones, durante su trayectoria, tantas veces vinculada a su esposo, especialmente al principio.

Nada tiene esto que ver con el dolor físico. Y, sin embargo, duele, mucho. Parafraseando el título de una novela preciosa que leí hace ya más de una década, hay dolores que nunca te serán útiles.

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