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Más allá del caso Errejón
Íñigo Errejón, más que Pablo Iglesias e incluso Yolanda Díaz, siempre me pareció el intelectualmente más cualificado para construir una izquierda a la izquierda del PSOE. Ahora Errejón ha dejado la política tras varias acusaciones de abusos que ha admitido. Inaceptable para los partidos de los que ha sido un destacado dirigente y que han hecho del feminismo su principal seña de identidad.
Para Sumar es un serio revés. El PP dice que Yolanda Díaz ya tiene su Ábalos. No, porque Errejón nunca ha sido un ministro poderoso. Pero el portavoz parlamentario era uno de los activos de Sumar y a perro flaco, todo son pulgas. El último CIS da a Sumar un 6,3% del voto, solo la mitad del de las elecciones del 2023. Y Yolanda Díaz no está en su mejor momento.
Pero vayamos más allá del caso puntual. Las expectativas de Sumar y de Podemos (el padre de la criatura) se han ido difuminando. Contó la prepotencia de Pablo Iglesias al dimitir con trompetas de vicepresidente del Gobierno para cosechar un rotundo fracaso ante Isabel Díaz Ayuso en las autonómicas de Madrid de 2021. Aún más, la pelea cainita entre Iglesias y Yolanda Díaz, elegida por él para sucederle en el gobierno de Sánchez. Pero hay motivos más de fondo. Tanto en España como en Europa.
Recuerdo una cena de finales del verano de 2016 montada por Joaquín Gay de Montellà, entonces su presidente, en el Foment. ¿Por qué no se había cumplido la profecía de las encuestas, que decían que en las elecciones de junio —repetición de las de diciembre de 2015, donde nadie había sido investido— Podemos daría el gran salto y el sorpasso al PSOE? Además Rajoy subió de 123 a 137 escaños.
Mi tesis fue que en diciembre del 15 muchos electores votaron a Podemos para protestar contra el aumento del paro y el brusco cambio de expectativas generado por la gran crisis. Pero Iglesias había exigido demasiado —ser omnipotente vicepresidente de Sánchez— y muchos españoles se asustaron. Por eso, el PSOE, al que muchos veían tan liquidado como el Pasok griego, aguantó.
Pero José Luis Feito, un competente economista ultraliberal al que conocí con Miguel Boyer en Washington en 1983 y que era el invitado estrella, me contradijo: «Lo que ha pasado es que entre las elecciones de diciembre del 15 y las de junio de 2016 en España se han creado casi 300.000 puestos de trabajo. Sí, empleos quizás basura, pero en 300.000 familias ha entrado un sueldo más. Quizás pequeño, pero un sueldo más. Consecuencia: el PP ha subido y Podemos ha pinchado».
Feito continuó: «Y lo que le conviene al PSOE es que Rajoy siga, se siga creando empleo y los obreros dejen a Podemos y vuelvan a votar al PSOE». Era discutible lo de los obreros —a Podemos le votaron muchos jóvenes rebeldes con causa— pero a grandes rasgos es lo que ha pasado. De 2016 a 2018 el paro empezó a bajar y frente a los 18 millones de empleos del tercer trimestre del 2015 ahora tenemos —no ya con Rajoy, sino también con Sánchez— 21,8 millones. No discutamos méritos. Son casi cuatro millones de empleos más.
Es otro mundo. De un 27% de paro hemos pasado a un 11%, menos de la mitad. Pese al COVID. Y muchas empresas se quejan de que no encuentran personal. España ha vuelto a crecer y el miedo al paro ha sido sustituido por una creciente confianza, agrietada, eso sí, por lagunas como el disparo de los alquileres. En este contexto, a Podemos y a Sumar les cuesta encarnar la protesta. Entre otras cosas porque ya llevan años en el Gobierno. Y tampoco han brillado.
Y Europa también ha cambiado. Entonces, el griego Tsipras, el primer ministro de Syriza, y todavía más Varoufakis, su ministro de Economía que gritaba contra la ortodoxa Alemania, eran el gran mito de la izquierda alternativa. Pero Varoufakis ya no está, Tsipras perdió las elecciones y Mitsotakis, actual primer ministro de la derecha liberal, tiene mayoría absoluta. Y no sintoniza con Meloni sobre los inmigrantes.
Hoy en Europa el voto radical de protesta contra «el sistema» no es de extrema izquierda, sino de extrema derecha. Uno de cuyos grupos —tienen cuatro— ya es el tercero en el Parlamento Europeo, tras los populares y los socialistas. Aunque Pablo, Yolanda e Íñigo lo hubieran hecho mejor, 2024 no es 2015 y tampoco les habría ido bien.
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