Opinión
Las muchas formas de la democracia
En buena parte del mundo vivimos rodeados de democracias, algunas bastante sólidas, otras llenas de grietas e incluso alguna que es más un ejercicio de trompe l’œil que un verdadero gobierno del pueblo. Los ciclos electorales desincronizados de todos estos países hacen que, periódicamente, sintamos que se acercan votaciones en un lugar u otro. No es extraño, porque se ha calculado que solo este año habrán sido llamadas a las urnas unas cuatro mil millones de personas en todo el planeta. Sin ir más lejos, los ciudadanos de Estados Unidos tienen su próxima cita con las papeletas en pocos días, un acto aparentemente simple pero que tendrá reverberaciones profundas más allá de sus fronteras; por eso todos estamos pendientes.
Pero, a pesar de que se esconden detrás de la misma etiqueta, los sistemas democráticos pueden tener estructuras muy diferentes, y esto distorsiona la aplicación de los principios básicos del concepto de una manera, a veces, preocupante. No es lo mismo una representación proporcional del número de votos, típica de muchos países europeos, que la recompensa a la mayoría del winner takes all de los anglosajones, donde solo se da poder político a quien gana en un territorio determinado.
En un reportaje publicado en la revista Nature este mes, se repasaban las investigaciones que hay en marcha para determinar cuál de los formatos actuales de la democracia es más justo. Todos tienen ventajas e inconvenientes, pero las estadísticas dicen que la población está más satisfecha con su democracia y suele participar más en los países donde la representación es proporcional. Esta es la forma que más gobiernos usan pero, curiosamente, países con muchos habitantes (como India, EEUU, Pakistán o Nigeria) usan la de la mayoría que se lo queda todo, por lo tanto, globalmente hay más ciudadanos obligados a votar en este sistema. Esto favorece el bipartidismo (forzando el voto útil a los partidos grandes) y, según un estudio reciente, a las derechas (la clase media prefiere alinearse con los conservadores, si tiene que escoger solo entre dos opciones). Ambos modelos, por desgracia, son vulnerables a los extremistas.
Uno de los principales enemigos que actualmente tiene cualquier forma de democracia es la desinformación, que campa libremente por todos los rincones gracias al efecto amplificador de internet. Es difícil tomar una decisión informada, necesaria para mantener las reglas del juego, si partimos del hecho que cada vez cuesta más diferenciar las verdades de las mentiras. Por si no había bastantes retos, últimamente han proliferado los deepfakes hechos con IA, que esparcen imágenes creíbles de hechos poco probables, cosa que hace que aquellos más predispuestos caigan en la trampa. No hay datos aún que indiquen con qué frecuencia son compartidas estas noticias falsas en las redes y qué impacto real tienen en la opinión de los votantes, pero la impresión es que hemos dado una caja de cerillas a un niño que está jugando cerca de una gasolinera. Algunos expertos creen que esta percepción es exagerada, otros que la amenaza es muy real. Cuando quienes lo estudian publiquen sus análisis, quizás tendremos un motivo para trabajar en un plan B.
Versión 2.0
Hemos depositado las esperanzas de tener una sociedad civilizada y justa en este sistema político que tiene las raíces en la Grecia clásica. Quizás nos tendríamos que preguntar si no nos hace falta una versión 2.0, más de acuerdo con los conocimientos sobre el ser humano y la tecnología que tenemos actualmente. Tal como reza el dicho, famosamente citado por Churchill en un discurso de 1947, la democracia es la peor forma de Gobierno, exceptuando las otras que se han probado. Todos estos años después continúa siendo cierto, pero esto no quiere decir que no haya alguna, aún por definir, que finalmente le pueda pasar la mano por la cara.
La democracia ha tenido muchas formas, pero quizás la más justa todavía está por definir. Remodelar el sistema vigente y que sea algo más significativo que una operación de maquillaje para hacer aquello tan lampedusiano de cambiarlo todo para no cambiar nada, requeriría un esfuerzo y una visión que quizás no son posibles en esta coyuntura actual, pero tarde o temprano nos tendremos que poner si queremos avanzar hacia un futuro mejor.
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