Opinión | Parece una tontería
Ni inicio, ni medio, ni final
Los días están plagados de historias que empiezan prácticamente por la palabra fin, y ahí mismo se acaba todo, sin demasiada historia, frustrada como un helado que se te cae al suelo nada más salir de la heladería. No hay mucho más que hacer, salvo quizás buscarse una historia nueva, que arranque con otros ingredientes, a poder ser. Puedes pasarte temporadas abandonado a este bucle, buscando comienzos prometedores que conduzcan tu vida a un punto más agradable: un apartamento en otra zona, un trabajo con mejores expectativas, unas vacaciones como las de hace diez años, un respiro, en fin, de los tiempos en los que estás instalado. En la desesperación, hay quien preferiría no tanto un futuro mejor como un pasado repetido; cualquier cosa menos el hoy.
Tampoco es que estés pidiendo la luna. A lo mejor ya dejaste atrás la era en la que deseabas hacer algo grande. Te conformas con hacer algo pequeño, pero algo. Quizá es que hay que hacer algo todavía más ínfimo, que casi no admita el verbo hacer. En Historias de Cronopios y de Damas, Julio Cortázar enumera una serie de «maravillosas ocupaciones», bastante mínimas, cuyas consecuencias pueden no ser pequeñas, como ir andando por la calle contando los árboles, y cada cinco castaños detenerse y girar como una peonza, o entrar en un café y pedir azúcar y formar un montón en el centro de la mesa. La ocupación más maravilla era esa en la que le cortas una pata a una araña, la pones en un sobre, y escribes al ministro de Relaciones Exteriores, que en el momento que la recibe palidece y renuncia al ministerio, y al día siguiente entran las tropas enemigas y todo se va al carajo y es un jueves de un mes impar de un año bisiesto.
Es bastante habitual que algunos días empiecen con un «Se acabó todo», como resumen. Solo es el principio, pero todos sabemos que ya llegó el fin. En un simple instante se nos revela de forma simultánea el comienzo, el final y el medio, y nos quedamos en la nada. Podemos sobrevivir sin inicios y sin colofones, pero ¿sin medios, que es precisamente en lo que se demora la vida, en el entretanto? Cuando pasa, y pasa a menudo, dejamos de perseguir aspiraciones y nos conformamos con ir detrás de respuestas que expliquen lo que sucede, sin más.
Por momentos, la vida nos parece menos una cuestión de planes, expectativas, esperanzas, que de psicoanálisis y de búsqueda de la verdad enterrada. Delicada deriva esa de perseguir recónditas respuestas. Lo que me hace pensar en Doctor Portuondo, las memorias de Carlo Padial de la época en la que se sometió a psicoanálisis con un doctor desequilibrado, necesitado de tanta o más terapia que sus pacientes. En un momento dado, cuando Padial advertía que algo no iba bien en su vida, y se proponía acudir a la consulta de Portuondo, al que había estado escuchando en audiocasetes, se encontró con un viejo amigo de su padre, que trató de disuadirlo por todos los medios de desprenderse por esa montaña. «No hagas psicoanálisis», le advirtió. «Es un error. Encontrarás demasiadas respuestas».
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