Opinión | Inventario de perplejidades

La inmoralidad de la izquierda

Transcurridos tres años desde que supuestamente ocurrieron los hechos, una joven actriz presenta una denuncia contra el político Íñigo Errejón, al que acusa de al menos tres delitos de «violencia sexual».

Errejón es —o era— una de las cabezas visibles del bullicio que se agita a la izquierda del PSOE. Más flaco y alto que don Quijote, con cara de niño y aspecto de no haber roto nunca un plato, la acusación contra el político madrileño ha causado enorme sorpresa porque no daba la imagen del comisionista mafioso que tan familiar se ha hecho en estos últimos años. Más bien al contrario. Con hábito de fraile, un cirio en la mano y esa mirada bondadosa de cegato, no nos extrañaría tropezarnos con un personaje de esas características a la puerta de un convento. Pero nunca lo sospecharíamos de nadie parecido a Errejón.

En España, estamos acostumbrados (mala costumbre esa) a juzgar rápidamente a las personas por su aspecto exterior y, claro, nos llevamos tremendas sorpresas o somos víctimas propicias de estafadores. En aquellos años horribles en los que estuvimos a merced de los terroristas era cosa corriente leer o escuchar a los vecinos del inmueble donde habían permanecido ocultos los miembros del comando homicida que habían sido unos vecinos modélicos, nada ruidosos, que saludaban sonrientes cada vez que se cruzaban con ellos en la escalera. ¿Quién podría imaginar que fueran los responsables de la colocación de unas bombas que al estallar habían causado la muerte de los ocupantes de un vehículo de la policía y heridas a unos ciudadanos que pasaban por allí? La simulación llegó a ser tan repetida que indujo a algunos vecinos de buena fe a denunciar a jóvenes inquilinos, que se pasaban de empalagosos, de ser sospechosos de terrorismo.

Lo que está ocurriendo con el caso Errejón me lleva a recordar, como periodista y como abogado, dos actividades fronterizas con lo mejor y lo peor del ser humano, (excepción hecha de la política profesional) la obligación de poner delante de todo la prudencia. Desde luego, no voy a pedir asiento en el Tribunal Mediático antes de que se celebre el juicio.

De madrugada oigo al locutor de una cadena de emisoras propiedad del Episcopado sostener la tesis de que la inmensa mayoría de los delitos que se descubren en España, y en otras partes del mundo, son atribuibles a individuos de izquierdas que predican a favor de una conducta ejemplar, mientras ellos se engolfan clandestinamente en el latrocinio y las prácticas viciosas. Y lo mismo, o muy parecido, de los partidos y organizaciones que se dicen progresistas. Ese discurso no parece compatible con el comportamiento aberrante del clero respecto de los abusos sexuales, pero de todo ello nada dijo. El otro locutor opinó, en cambio, que el Papa actual era en realidad un aliado del demonio y principal agente de la descristianización de Europa. Vaya par.

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