Opinión
Salvar a la Reina
En una sociedad moderna la monarquía es una anomalía. Podrá haber sido ratificada constitucionalmente, pero no deja de ser, en su esencia, una rareza. Está legitimada por la sangre, ostenta un poder que no ejerce y una representación que requiere una ejemplaridad que no siempre cumple. Se sostiene en la confluencia de un sinfín de intereses más o menos lícitos, confesables o no, gracias a una ciudadanía tolerante y por la inquietud que produce pensar en lo que pueda sobrevenir en su ausencia. Solo se le pide que vista mucho y que no estorbe demasiado.
En más de 40 años de democracia y libertades, a los ciudadanos, quizás con cierto optimismo, se nos presupone cierto conocimiento y algo de criterio político. Contemplada con ojos críticos la Corona pierde parte de su lustre y si sus legatarios malversan su patrimonio, como ha sucedido una y otra vez a lo largo de la historia, su brillo se enturbia.
Ha quedado patente, a lo largo de los siglos, que los mayores enemigos de la institución monárquica, quienes más la debilitan, son quienes la personifican.
Debe de ser complicado, y mucho, desligarse de la herencia recibida cuando se accede a ella a través de lazos familiares.
Eso sí, hay que reconocerles a los sucesivos ocupantes de la institución su capacidad de acomodarse, de reinventarla para amoldarse a las circunstancias, y de auparse una vez y otra al trono.
La monarquía es un negocio rentable, en muchos sentidos y para mucha gente. No es mucho lo que los súbditos exigen a cambio: honestidad, espíritu de servicio, defensa de la patria y de sus gentes, cierta cercanía. Esos son los valores que los soberanos nos venden y que les compramos, generalmente con buen ánimo. El cliente se enfada, lógicamente, si descubre que el género es defectuoso.
Mucho trabajo tiene por delante la Corona española para recuperar la confianza de los ciudadanos. Siempre habrá incondicionales, pero motivos de sobra hay para sentirse desengañados.
La actual Reina, sangre nueva para una dinastía vieja, y la que lo será por derecho propio en el futuro, sangre joven, son ahora sus mejores activos.
Salvar a la Reina es prioritario, la única estrategia para asegurar el mantenimiento de la monarquía constitucional, si es eso lo que queremos. Mientras no se decida lo contrario y la actual Constitución siga siendo el texto legal que nos gobierna y que garantiza la convivencia ciudadana, la soberana que llegará a ser Leonor de Borbón es la baza que la monarquía ha de salvaguardar. Veremos si sabe hacerlo.
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