Horizonte de miradas

Hace años —no habíais nacido— a los niños se les preguntaba qué era el horizonte y la respuesta memorística era «la línea imaginaria que separa a la tierra del cielo y a la tierra del mar», que sigue siendo correcta. Podríamos también decir que el horizonte es el espacio en el que se pierden las miradas. Leemos y decimos «con la mirada perdida en el horizonte» así que detrás de la línea imaginaria que separa a la tierra del cielo y a la tierra del mar se encuentra la oficina de objetos perdidos de las miradas humanas. El abismo, ese horizonte vertical, te acaba devolviendo la mirada y el horizonte, ese abismo horizontal, no. Por eso la mirada se pierde en el horizonte.

El horizonte representa el futuro, pero la mirada perdida muchas veces enfoca al pasado y por eso detrás de esa línea imaginaria van a dar restos de la memoria como a un vertedero sin clasificar. Cuando alguien se mira para dentro suele mirar hacia fuera y se distrae con la vista en el horizonte, esa línea que busca un más allá que no se ve. La línea del horizonte del mar, que es la más lejana —algo más de 3 kilómetros y algo menos de 6, según desde qué altura miremos— está muy contaminada por añoranzas y agravios.

De la línea imaginaria del horizonte vienen la esperanza o el miedo, según quién mire, según cuándo lo haga. Ambas expectativas están hechas de lo mismo, pero polarizadas en positivo y negativo. El que mira al horizonte con miedo teme lo peor y vigila, no pierde la mirada, la retiene bien asida porque teme que se la roben. Por ahí viene la gente que da tanto miedo.

La parte de donde caen nuestras miradas perdidas es el horizonte de otras personas, que las avistan, ven lo que vemos en ellas, y les parece mejor que lo que tienen porque contemplan la línea imaginaria con la esperanza que da tanto miedo del otro lado. La frontera verdadera es el horizonte, una línea tan imaginaria como las demás, en la que se miran a los ojos el miedo y la esperanza sin entenderse.

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