Opinión
El hueco de lo que nos falta
Coincidí, hace unos días, con un poeta que, además, es amigo. Nos reencontramos en una librería, después de un tiempo, casi un año, sin vernos. Habíamos acudido, convocados por la librera, amiga, igualmente, para celebrar su día, el 11 de noviembre y, también, la consecución de un importante premio, el Boixareu Ginesta al librero del año. Ya había atardecido, aunque la luz aún perduraba, en ese tránsito hacia la noche en el que el cielo es como la paleta del pintor que aspira a dibujarlo más como lo siente que como lo ve, con sus infinitos y subjetivos matices. Mi amigo, el poeta, había ido con su hija, una niña de siete años que acaba de descubrir el placer de la lectura y lo disfruta sin contención, cada libro, un hallazgo, una nueva experiencia, atesorada, vivida, en esa vida todavía por vivir. Después de brindar, cerveza y vino blanco, por la salud de la librería, yo añadí por la salud, en general, y porque sigamos así, como estamos, nada más. Y él, mi amigo, el poeta, me miró, a través de las gafas, y me respondió, tienes razón, conformémonos con estar, así, como estamos, seguir, con esta vida, la que ya tenemos. Yo iba con otra amiga, que de la vida sabe un rato, porque la ha vivido y leído (en ello sigue), que es como debe hacerse, porque así la existencia se duplica, no el tiempo, su intensidad. Y ella, mi otra amiga, sonrió y dijo ese desde luego suyo que es una sentencia más justa que algunas de las que se dictan a diario. Entonces, el poeta se acordó de algo que dijo otro poeta, Premio Cervantes, en una entrevista, no recordaba si con motivo del galardón o una conversación porque sí, a veces son las mejores. Con más de noventa años, muy vividos y leídos, como mi otra amiga, y además bastante escritos, el galardonado poeta aseguró que una de las cosas más importantes de la vida es saber contentarse. Así es, don Rafael, debió decir el entrevistador, pues ese es el nombre del Premio Cervantes, de apellido Cadenas, defensor de la poesía comprometida, ¿acaso hay otra? «Que cada palabra lleve lo que dice. / Que sea como el temblor que la sostiene. / Que se mantenga como un latido». No recitó, mi amigo, el poeta, esos versos del otro poeta. Los busqué yo al llegar a casa, esa noche. Lo hice porque suelo hacerlo, lo de recordar, al cabo de las horas, retazos de conversaciones, como aquella.
Felicidad compartida
También evoqué el nombre de otro escritor al que mi amigo, el poeta, mencionó en esa charla, a propósito del inconformismo que nos gobierna, J. Á. González Sainz. Es un autor, este, de esos a los que no quieres que los demás descubran, o sólo algunos, los que tú elijas, para que guarden, contigo, el secreto de su literatura. Sus libros están en Anagrama, todos, también al que mi amigo, el poeta, se refirió ese día, La vida pequeña. «En esta sociedad de hoy nos quedamos a vivir en el hueco de lo que nos falta». Eso dice, escribe, en esa obra en la que nos invita a «examinar nuestra estrella, la constelación que cada uno es —o bien a cada uno como constelación—, pero en el universo de la experiencia de la vida más cercana al ahora y al aquí de cada día». Después de leerlo, ese párrafo, y con el recuerdo de la felicidad compartida, con mis amigos, alrededor de una librería, quise borrar el tuit que publiqué hace unas semanas: «A vosotros, además del cansancio, también os invade una sensación de insatisfacción permanente, ¿verdad?». Lo hago ahora, con estas líneas, palabras que sustituyen a otras, dispuesta a reconsiderar la vida que llevo y a contentarme, con lo que tengo.
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