Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Ahora sí,... les hablo de una jauría de desalmados

He preferido permanecer callado al respecto casi desde que aquel hecho luctuoso, execrable, horroroso, despiadado y verdaderamente insoportable fue cometido en nuestra ciudad, frente al mar. No lo hice así en un primer momento, claro, en el que pienso que todas las personas que trabajamos con la palabra nos quedamos prácticamente sin ellas para trasladar a la opinión pública de forma certera nuestro lamento, lloro y rechazo a lo ocurrido, contundentemente y sin paliativos. Pero sí que preferí el silencio desde que, muy poco después, se sustanció la acción de la Justicia en diversas detenciones, también durante toda la instrucción de los procedimientos que los técnicos en la materia consideraron oportunos y, ya mucho más recientemente, incluso durante la celebración de la vista hasta la lectura del veredicto del Jurado Popular constituido al efecto.

Ahora ya puedo hablar, como cronista, con más fundamento y no a partir de rumores, medias verdades o retazos de diferentes versiones. Ahora, después de la lectura de tal documento, hay ya hechos juzgados y, aunque sea en primera instancia, hechos considerados probados. Y esto lo hago sabedor de que la cosa no terminará aquí, ni mucho menos. Primero, porque entiendo que en este momento la magistrada encargada del caso trabaja en la redacción de la sentencia condenatoria, y eso aún está por llegar. Y segundo, porque esta no será firme aún, habiendo anunciado ya las defensas de los acusados que, contra tal resolución, habrá recursos. Pero desde luego lo que está claro es que se puede decir ya, con todas las letras y concedido el beneficio de la duda y salvadas las necesarias e imprescindibles garantías procesales para los hasta ahora presuntos autores en un Estado que se considere de Derecho, que aquella noche una jauría de verdaderas bestias se ensañó en una cacería sangrienta, provocando la muerte de su víctima. No porque quisiesen específicamente matarle, como ha indicado el Jurado, pero sí llevando a cabo una serie de acciones cuyo efecto fue necesariamente tal muerte. Horrible. Horroroso. Tremendo. Desastroso. Brutal... Fuera de cualquier lógica y de cualquier atisbo de humanidad.

Cuando uno se encuentra esto, cuesta no venirse abajo. ¿Qué hemos hecho mal como especie humana? ¿Cómo es posible que el tiempo de ocio signifique para algunos y algunas de nuestros congéneres atiborrarse de alcohol y sustancias psicotrópicas, sumirse en tal grado de disociación de la realidad y, a partir de ahí, coordinarse en una acción tan violenta, destructiva y letal? Y todo ello asumiendo que, verdaderamente, el consumo de dichas sustancias ayudó a provocar tal falta de vinculación entre los actos de los verdugos y sus consecuencias, porque el haber realizado tal cosa siendo plenamente conscientes no les dejaría tampoco en muy buen lugar. ¿Cuál era la relación previa de tales interfectos con la violencia y su discurso? ¿Dónde se generó el rencor? ¿Y cuándo se produjo la transición desde una conducta más o menos normal a lo que han exhibido? ¿Cómo es posible que los culpables hayan llegado a su actual punto, siendo capaces de tales burradas, después de haber nacido, pasado por una niñez y adolescencia en los que se supone cierta bondad, inocencia o ingenuidad, para terminar así? ¿Qué esperanza nos queda, como sociedad?

A Samuel Luiz, además, le mataron con la palabra «maricón» en la boca. Fue un delito de odio, con todo lo que ello conlleva. Fruto de una masculinidad ignorante, estúpida y vacilante, errada, altamente tóxica y que demuestra su presunta hombría con puños y patadas. Fruto de la peste más mortífera: la que nace del desconocimiento, progresa en el miedo y se convierte en odio visceral... Desde la nada, porque tal manada eligió a su víctima y comenzó todo por un malentendido, pensando que él les grababa cuando lo suyo era un acto de amistad con una tercera persona amiga con la que hablaba mediante videollamada. Pero, encendida la llama de la inquina y el lacerante odio, no pudieron parar... Hasta en cuatro ubicaciones distintas, hechos probados, siguieron pegándole. No pararon. Más, más y más.

Vivimos en democracia y en un Estado que quiere hacer las cosas bien, lo cual apruebo y me da sosiego. No pedimos la pena de muerte para semejantes fieras, porque entendemos que eso es rebajarnos a su deplorable altura. Y creemos, como la ínclita Concepción Arenal, que se puede rehabilitar a cualquiera, por muy brutal que haya sido su crimen, y ojalá sea así en la evolución de las desgraciadas trayectorias de quien esparce muerte y tristeza. Pero es de justicia solicitar a los hados del futuro que estos desalmados sean acompañados de por vida por el recuerdo de alguien a quien le arrebataron todo, de forma abrupta, dolorosa y tan terrible que sólo el recuerdo de ello produce escalofríos... Samuel, descansa en paz.

Y a los demás, como sociedad, nos queda también no olvidar. Esforzarnos día a día porque nuestro entorno sea cada vez más vivible, armónico y respetuoso con todas las personas. Denunciar los abusos y educar. Sobre todo, educar... Y confiar en que esto, que es irreparable ya desde todos los puntos de vista, no vuelva a pasar jamás.

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