Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Obviaré el ‘Blas Fraile’, y reflexionaré sobre la justicia…

Sí, queridos y queridas... Hoy tendría que hablarles del ‘Blas Fraile’, refiriéndome a la jornada de ayer y tal y como vengo haciendo desde hace ya unos años en fechas como esta. Es que el tiempo pasa, amigos y amigas, y ya van varias ediciones de la celebración de tamaño despropósito que algunos quieren convertir en fecha roja y hasta señalada en el calendario, a partir de la funesta invención de las gentes del comercio —del grande, claro, para detrimento del pequeño—, y urdido únicamente para seguir profundizando en una espiral de consumo sin precedentes... Tendría que hacerlo medio en clave cómica, claro, y medio desde todo lo contrario a la resignación, una vez más. Desde una postura militante, incompatible con la estupidez de una propaganda agresiva orquestada y que causa estragos en una sociedad cada vez más tocada por la banalidad. Desde postulados que inviten a medir cada uno de nuestros actos de compra y de relación, pensándonos el motivo por el cual hacemos las cosas o adquirimos cualquier bien, en una lógica que no descarte el decrecimiento —el personal y el colectivo— como forma de adecuar nuestra presencia al necesario bien común...

Pero no. Me contentaré con haber dedicado solamente el primer párrafo a esa cuestión, para pasar página e insistir en algunas otras cosas importantes. Y es que, después de mi columna anterior sobre el terrible crimen acaecido el 3 de julio de 2021 en la ciudad, que a tantas personas nos ha conmocionado y conmovido, hoy quiero volver a ello. Porque, ¿saben?, decía el clásico que lo peor de las grandes injusticias es que a veces matan más de una vez, o de mil. Y esto es así porque proporcionan una primera muerte, dura y física, pero más muertes después, aunque sean solamente en el plano de la ofensa, la vergüenza, la injusticia o el olvido. Pues bien, en este caso, leyendo sobre las diferentes reacciones a partir de la difusión del veredicto del jurado popular casi recién emitido, creo que hay algunas que abundan en esa nueva vuelta de tuerca contra la cordura y la sensibilidad, de construcción de un relato a todas luces inconexo con la realidad y, a la vez, profundamente lacerante. A ello me remitiré hoy, y será el tema de mi columna.

Y es que, entre otras declaraciones, leo que uno de los abogados defensores personados en el proceso presuntamente se duele de que quizá el jurado popular haya sido más duro con su defendido para “adaptarse a las expectativas de la sociedad”... Ya saben, aquello tan castizo de que “como no me gusta el dictamen, genero desconfianza sobre su lógica”. Y, en particular, llamando la atención sobre si tales expectativas de la sociedad influenciaron al jurado popular —que no deja de ser parte de la misma— en su visión y posterior toma de posición ¿Qué les parece? Por mi parte, déjenme que parta de la base de que creo que es necesario y absolutamente comprensible que un letrado trate de obtener la mejor situación procesal y posterior condena para su defendido. Pero hacer esto construyendo un relato en que se desliza que es la sociedad la que ha sustanciado el veredicto promoviendo una condena para él injusta, y obviando el pequeño detalle de que se ha matado a una persona de forma vil por parte de un conjunto de matones bien coordinado y con absoluta indefensión para la víctima, creo que es grave. Acaso tal profesional del Derecho piense que solo responda a una expectativa social el hecho de pedir que la Justicia actúe sobre quien produce tanto dolor y muerte. Y, si es así, me parece profundamente chirriante tal salida de tiesto.

Reitero que es lógico que quien se dedica a defender al difícilmente defendible tenga todo nuestro reconocimiento, ya que es una figura absolutamente imprescindible a partir de nuestra forma de ver la justicia y del propio ordenamiento jurídico. Pero, oiga, hágalo lo mejor posible, pelee todo lo que pueda en sede judicial y, después, cállese. Y de ninguna forma traslade a la sociedad el objeto de su frustración, haciendo ver que somos los demás —todos y todas— los que no deberíamos haber tenido la expectativa de una condena justa, si es que esto existe cuando se han cometido los execrables actos citados, con un resultado tan abultado en términos de un claro detrimento del derecho más fundamental, el de la vida, para un tercero que simplemente pasaba por allí.

Es necesario no solo proveer de un juicio justo a la familia afectada y, aunque ya no esté con nosotros de forma física, a una víctima vilipendiada y lastimada, privada de todos sus derechos. También es importante purgar de nuestras calles el conjunto de actitudes, ideas, prácticas y creencias de individuos cuya actitud extremadamente violenta —hechos probados— esta vez ha salpicado a la sociedad entera.

Creo sinceramente que tener la expectativa de vivir en un lugar seguro en el que se respete la vida no es algo que nadie tenga que afear a la sociedad...

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