Opinión | La espiral de la libreta
Duros a cuatro pesetas y otras estafas
Con la tripa llena de pavo asado y puré de patatas, los norteamericanos, o buena parte de ellos, se entregan a las compras tras el jueves de Acción de Gracias durante un Black Friday extendido al fin de semana. Siempre habrá algo por lo que dar gracias a la providencia a pesar de Trump. Después de la festividad de las cuatro efes —food (comida), familia, fútbol (americano) y una pizca de fe en algo—, se impone, pues, fundir la tarjeta de crédito en otro atracón consumista, aunque el frenesí ha perdido fuelle desde la quiebra de Lehman Brothers y el catacrack de 2008. Aún no hemos levantado cabeza. Viernes, Sábado y Domingo Negros a la caza del supuesto chollo, una costumbre de importación, como el Halloween, que este año parece descafeinada. Los bolsillos (negros) no están para demasiadas alegrías, y las advertencias sobre estafas o subidas de precio previas con el fin de simular descuentos posteriores, sobre todo en productos de electrónica, desinflan al más pintado.
De continuo intentan colártela o venderte productos que no necesitas. Suena el teléfono a la hora del almuerzo, con la sartén en el fuego, en pleno cacharreo. ¿Dígame? De contestar «¿sí?», corres el riesgo de que los estafadores te graben la voz y la utilicen para darse de alta en algún servicio o autorizar transacciones en tu nombre. Han intentado venderme un colchón antiácaros, me han invitado a la supuesta inauguración de un gimnasio y se han ofrecido a analizar el agua y la cal de los grifos de casa. Un presunto hijo mío me mandó un mensaje desde Tombuctú con la intención de pegarme el sablazo. Autónomos e infelices seguimos atendiendo las llamadas de números desconocidos en la vana esperanza, ay, de que traigan un encarguillo, un bolo, alguna migaja. Llaman a cada rato y de todas partes, de la luz, del gas, del teléfono, para que te cambies de compañía. Al principio intentas mostrarte si no amable, por lo menos educado. «Pero cómo, ¿no le interesa escuchar mi oferta?», frase que de inmediato activa alguna extraña sinapsis en la hipófisis de los pobres y las clases medias venidas a menos, apegadas siempre a la vieja máxima: «Dinero ahorrado, dos veces ganado». Luego están los e-mails fraudulentos de Correos, Hacienda, el banco. Qué lucha. Todo el día con la cimitarra en ristre. Hace poco me ofreció trabajo una máquina parlante.
La vida analógica también estaba llena de trampas, timos, tocomochos, burocracias, caraduras, engaños y vendedores de humo, pero lo de ahora resulta insufrible por la sobreabundancia, el ritmo y la desfachatez. Va calando la lluvia fina en un patio global hambriento de asideros, donde nada es cierto y viceversa. Lo que veis y leéis, no lo que pasa. Mentiras y medias verdades por doquier. El otro día, el diputado Manuel Mariscal (Vox) calificó el franquismo como «una etapa de progreso y reconciliación», palabras que al final se eliminaron del diario de sesiones. Sigue cayendo sobre nuestras cabezas una tormenta de mensajes tóxicos y distorsionados. El gran bazar de la posverdad.
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