Opinión

xoel ben ramos

Los de siempre y António (Guterres)

Viene de celebrarse en Bakú (Azerbaiyán) la COP29, la conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático. Un año más y otra reunión sobre C02, —insuficiente— dinero destinado a financiar la transición para abandonar los combustibles fósiles y cómo cubrirse las espaldas cuando al planeta le dé por inflamarse o inundarse. Aquí, de hecho, nos cogió así: la tierra patas arriba. El agua, las muertes y el barro, al cuello. A nadie debió pasarle desapercibida la fuerza descontrolada de la naturaleza por muy grande que fuera su todoterreno o abultada su billetera. Por eso ahora sabemos, de primerísima mano, lo importante que es mejorar nuestra capacidad de respuesta ante los desastres naturales. Quizás imaginamos la COP como una fiesta de ecologistas que piden reducir emisiones de gases efecto invernadero pero con la DANA de Valencia en la retina, fuimos conscientes de que hay vida más allá. Por ejemplo, uno de los objetivos que persigue el encuentro cada año, es la adaptación a este «clima mutante» y haciéndolo salvamos vidas. Ya lo dice el refrán, «quien mitiga no es traidor» y ante un evento meteorológico extremo nuestras infraestructuras serán de vital importancia. Por desgracia, aunque sorprenda contarlo, pueden ser también igual de vulnerables que las de Níger.

Algo que ha ensombrecido el evento, más allá de la escasa financiación conseguida (300MM USD anuales hasta 2035 frente a los 1,3Bill. USD que se demandaban) para apoyar a los países en desarrollo en su transición energética, ha sido la elección del anfitrión. Al igual que ocurrió el año pasado con los Emiratos Árabes Unidos (COP 28), escoger nuevamente un país con una economía fuertemente dependiente del tándem fósil (petróleo y gas) pone en duda si tanto Dubái como Bakú tenían voluntad de liderar la transición hacia energías limpias y renovables. Es como si escogieran Moscú para organizar el mayor festival LGTBI del mundo.

Cuesta entender esos malabarismos diplomáticos que transforman estas cumbres en un querer y no poder: vaciándolas de contenido y llenándolas de luces de fiesta que cuando se detienen muestran el suelo lleno de informes pisoteados. Ocurrió en Sharm el-Sheij (COP27 - 2022), en Egipto. La presidencia impidió asistir a muchas de las organizaciones más críticas, incluso algunas que lograron el pase acabaron expulsadas —literalmente— de patitas en la frontera. En Dubái se calcó el sistema pero nada que largar de los Emirates, un ejemplo de modernidad —al menos— mientras sigan regando con petrodólares la OCDE. Ahora Bakú, tropezando en la misma piedra. Por eso flojeó y acabó vaciándose: primero de los que pocas ganas tenían de participar, después de los que nada iban a conseguir y apenas quedaron para la foto, los de siempre y António Guterres.

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