Opinión | Al azar

Dictador es un oficio de alto riesgo

Siria ha derrocado al primer dictador oftalmólogo, aunque no sabremos de qué Siria se trata hasta que sedimente la polvareda. Esta incertidumbre ideológica es habitual, véase la Cuba de Castro. Desde luego, la remoción no ha correspondido a los valientes sirios que huyeron de su país pagando cantidades exorbitantes cuando estalló la guerra, sino a quienes resistieron en condiciones infernales. A vuelapluma, la convulsión de la revuelta con visos revolucionarios solo permite un comentario numérico:

El líder Al Jolani de la organización terrorista que ha liberado a Siria de Asad, tan parecido físicamente a un monarca europeo, tiene puesto precio a su cabeza en diez millones de dólares. Las manifestaciones callejeras a favor del derrocamiento están formadas por un uno por ciento de mujeres, un cero por ciento de ellas sin los tapamientos islámicos liberadores. El régimen supuestamente prorruso y proiraní aloja en su territorio a un millar de soldados estadounidenses, circunstancia que alienta la hipótesis de una huida estilo afgano, por citar otro narcoestado familiar. Afganistán vive de la heroína al igual que Siria se alimentaba de los miles de millones de euros obtenidos con la fabricación y venta del anfetaminoide captagón, de uso generalizado entre los yihadistas que han derrocado al régimen que comercializaba la droga. Droga cuervos.

Todo liderazgo democrático desemboca en una derrota en las urnas, un dictador solo encuentra la paz en el exilio o la muerte. El sirio Asad ha corrido mejor suerte que sus colegas Sadam o Gadafi, por enlazar las tres dinastías tiránicas que Occidente sufragaba tolerante con tal de contener el auge islamista. En contra de los tratadistas que alertan sobre el auge de los «hombres fuertes», el innoble oficio de déspota se consolida como un empleo de alto riesgo, por encima de astronauta o líder de audiencias televisivas.

De ahí la sugerencia de que las estatuas levantadas a los prohombres se construyan en materiales hinchables o plásticos de fragilidad acusada, puesto que su destino consiste en ser derribadas a la mínima revolución. La política es el arte de no decir nunca «siempre».

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