Opinión | Crónicas galantes
La España de los malos modales
Tan envenenado anda el ambiente que el primer ministro Sánchez y el jefe de la oposición Feijóo ni siquiera se desearon salud —que en eso consiste el saludarse— en los festejos del Día de la Constitución. Poco importa que el propósito original de esa Carta de ciudadanía fuese, precisamente, el de reconciliar a los españoles tras la guerra y la larga dictadura que siguió a esta. Se conoce que para los políticos y sus fans más extremados siguen existiendo las dos Españas machadianas.
Muy atrás quedan los tiempos inaugurales de la transición en los que era posible ver cómo un exministro de Franco, Manuel Fraga, presentaba en sociedad a Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista recién llegado del exilio. Ni el uno había renunciado a sus ideas conservadoras ni el otro a su fe marxista, desde luego. Simplemente buscaban sustituir los viejos odios por la práctica de las buenas maneras.
El experimento de la transición que transfirió el poder de la dictadura a los ciudadanos de una democracia, por frágil que esta fuese, funcionó aceptablemente durante décadas. Ahora hemos vuelto a perder los modales.
Parece regresar la idea de las dos Españas que, curiosamente, había sido negada por un añejo chiste de la época de la dictadura. No hay más que una España, se decía entonces, porque si hubiera dos, todos querrían irse a la otra.
Lo cierto, sin embargo, es que a los españoles en general les encanta elegir bando: ya sea en el fútbol, ya en la política, ya en el modelo de telefonillo móvil. Ahora ha nacido una nueva e inesperada contienda en la tele, que enfrenta a los fans de David Broncano con los de Pablo Motos. El caso es tener alguien con quien discutir.
Todo esto viene de antiguo. Allá por el siglo XIX, los españoles eran de Frascuelo o de Lagartijo, toreros famosos que ya entonces dividían al país en dos bandos inconciliables.
Ahora que la tauromaquia ha decaído en el interés del público, se sigue tomando posición entre el Madrid y el Barça, la tortilla con o sin cebolla y, naturalmente, Sánchez o Ayuso. (Feijóo no cuenta a estos efectos porque es algo templagaitas, como corresponde a su filiación gallega).
Ni siquiera la política internacional escapa a esta permanente refriega. O se va a favor de Ucrania o se escoge el bando de Rusia, que aquí no somos suizos. En este ramo de los asuntos exteriores hay más mezcla y hasta confusión de ideologías, eso sí. Al bando ucraniano suelen apoyarlo los votantes de los partidos más templados, mientras que con Putin simpatizan la ultraizquierda y, sorprendentemente, buena parte de la ultraderecha.
Son detalles anecdóticos, claro está. Lo que importa es tener un motivo para enfrentarse, generalmente con saña. De ahí que incluso la tele, medio antiguo del que han huido los jóvenes, sirva de pretexto a la pelea entre broncanistas y motistas. Unos y otros siguen los índices de audiencia como si fuesen elecciones diarias.
La España de Broncano y la de Motos son la última aportación a la permanente guerra civil en la que llevamos enzarzados desde hace siglos. Que Sánchez y Feijóo no se dirijan la palabra en el día de la reconciliación es solo un síntoma.
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