Opinión
El pequeño príncipe Macron
Los meteorólogos de la política llevan tiempo detectando olas de inestabilidad made in años veinte, siglo XXI. Cruzan norte y sur, este y oeste. En el caso de Francia vienen de lejos, porque para los intelectuales franceses la declinología es una ciencia casi fundacional y tiene su estante propio en las librerías. La presidencia de Emmanuel Macron representa eso con aplicación, como siguiendo un guion que ya fue anunciado por De Gaulle en sus memorias.
Al convocar unas elecciones legislativas, Macron corroboró, anticipadamente y con autosuficiencia, lo que Mitterrand había ensayado con maquiavelismo: favorecer en provecho propio la salud política de la dinastía Le Pen y así ha caído el primer ministro Barnier, el Mister Brexit que también sale por el foro. Indirectamente, Macron ha suspendido el cordón sanitario que la República Francesa le había puesto a la derecha más dura. Sin faros antiniebla, ahora Macron tiene que ir buscando un nuevo primer ministro.
Con sucesivas décadas sin ejecutar las reformas imprescindibles, Francia también ha perdido peso en Bruselas y en los mercados globales. La Quinta República se ensimisma todos los días, con los sindicatos de la función pública siempre al acecho. En el colapso político de Francia, la extrema izquierda y la extrema derecha solo han sido actores secundarios en un drama protagonizado por Macron. Sus tics han superado sus virtudes.
Tal vez Macron sea la encarnación arcaica de la élite, en versión narcisista, del primero de la clase que le da lecciones al profesor. Lo cierto es que Macron tiene cansados a un alto porcentaje de franceses. Fue un voluminoso error la convocatoria electoral anticipada y desde entonces no levanta cabeza. Es dudoso que sobreviva. Incluso parece que nadie se haya tomado la molestia de llevar el eje franco-alemán al taller de reparaciones, a la espera de Trump y de cómo China reaccione ante la nueva administración norteamericana.
Frente a Macron, coinciden dos léxicos posverdad: el anticasta de la extrema izquierda y el antiélites de la extrema derecha. Pero ¿acaso puede prosperar el sistema demoliberal sin élites de calidad? En España se comprueba todos los días, en sintonía con las oleadas de inestabilidad. No hay reformismo sin élites que articulen y formulen las aspiraciones de una sociedad. Es decir élites constructivas, adultas, meritocráticas y, sobre todo, responsables. No las hay con sistemas educativos inconsistentes y aleatorios, sin una sociedad civil que haga propuestas al Estado, con fundaciones, mecenazgo, asociacionismo y escuela. Por abstención se contribuye a una partitocracia que abusa de la astucia y llega incluso al pillaje.
Ahí queda el príncipe Macron, tambaleándose como el niño prodigio al que la realidad aplasta. Es curioso, porque la Quinta República se pensó para evitar el cerrojazo parlamentario. Él es causa y efecto, mientras el lastre de la deuda pública viene a ser el ojo del huracán que lo absorbe todo. Y ya se sabe que los gobiernos sin presupuestos contagian a las demás naciones.
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