Opinión
Los problemas de Feijóo
El debate político en España ha consistido en las últimas semanas en un cálculo de probabilidades sobre la capacidad del Gobierno para agotar la legislatura. La separación de Podemos, el desmarque de Junts, la posición que finalmente adopte ERC, la prórroga presupuestaria y las numerosas causas judiciales abiertas forman un cúmulo de circunstancias que suscita lógicas dudas. Vistos los episodios más recientes de inestabilidad política, acaecidos en Corea del Sur, Rumanía, Alemania y Francia, es conveniente evaluar la fortaleza del Gobierno español para resistir los embates que le esperan en la política nacional y en un contexto mundial tan convulso. Saliendo al paso de la incertidumbre generada, Pedro Sánchez lanza mensajes de seguridad y confianza, dirigidos sobre todo a sus seguidores. Con el partido a sus pies, el líder socialista ha vaticinado, adelantándose a la decisión de los electores, que gobernará hasta 2027 y más allá. Es de interés, y no solo por mera curiosidad, saber cuándo prevé que tendría lugar el cambio de Gobierno. Porque un requisito de toda democracia es que la posibilidad de la alternancia en el poder permanezca siempre abierta.
Cabe plantear la cuestión de otra manera: ¿podrá gobernar el PP algún día, más o menos cercano? La pregunta no es retórica. Recuérdese la ocasión en que Pablo Iglesias afirmó desde su escaño en el Congreso que, si se cumplían ciertas condiciones, el PP no gobernaría nunca. Y Pedro Sánchez está poniendo todo su empeño en ello, llevando la competición política a un terreno desconocido en nuestra democracia. Pero además de la resistencia del presidente del Gobierno, al PP se le presentan dificultades añadidas en el camino a la Moncloa. El PSOE tiene problemas y el PP también.
El primero es Vox. Nacido de una escisión del PP y destinado en un principio a coaligarse con él cuando fuera necesario, el partido de Abascal se ha propuesto metas más ambiciosas, favorecido por sus relaciones internacionales con la derecha radical y las tendencias electorales dominantes. La ruptura con los gobiernos autonómicos y el tono de sus críticas al PP así lo indican. La actitud de los populares en la negociación de un acuerdo sobre la inmigración demuestra que Feijóo está en un serio aprieto con Vox, similar al que Podemos creó antes al PSOE. Un efecto secundario de esta rivalidad en la derecha es el liderazgo paralelo que ejerce por libre Ayuso. La ambigüedad que se percibe en el primer dirigente del PP es un arma de doble filo, con un pronóstico electoral incierto.
El PP encuentra otro problema en los partidos nacionalistas más afines. Estos partidos apoyaron en su momento a un gobierno del PP, pero la situación política es ahora diferente. El PNV y Junts rechazan cualquier contacto con Vox, ven amenazada su hegemonía en el País Vasco y Cataluña por partidos de izquierda y extraen ventajas notorias de sus tratos con el PSOE. Feijóo no tiene margen para satisfacer sus demandas más de lo que ya lo hace el gobierno de Pedro Sánchez y tropieza con la puerta cerrada de ambos. Los objetivos de los nacionalistas, en particular de Junts, chocan de frente con los del PP y una aproximación, pensando en un eventual pacto de gobierno, resulta muy improbable a corto plazo.
La perspectiva podría variar si la travesía judicial del Gobierno hiciera insostenible el apoyo de los nacionalistas a la coalición de izquierdas. No obstante, da la impresión a veces de que el PP deposita sus opciones de relevar al Ejecutivo de Pedro Sánchez en las sentencias judiciales. Esta estrategia conlleva el riesgo de que la previsión no se confirme, en cuyo caso el partido quedaría en una posición vulnerable para concurrir a las próximas elecciones. Tampoco merecería un gran festejo que el gobierno actual cayera ante los tribunales.
A estos habría que sumar un problema con nombre propio. Mazón ha colocado en una tesitura muy complicada a su partido, que puede ocasionarle una cuantiosa pérdida de votos en la Comunidad Valenciana, y Feijóo no ha dado aún con la solución definitiva a la crisis.
Es posible que el PP haya demorado la celebración de un congreso ordinario en los últimos siete años, en contra de sus estatutos, para no enfrentarse a alguno de estos problemas. Su situación está definida por el hecho de haber ganado las últimas elecciones, encabezar desde entonces la estimación de voto en todas las encuestas, salvo las del CIS, y, sin embargo, no vislumbrar con certeza su acceso al Gobierno. La aprobación de los presupuestos lo dejaría sin horizonte político inmediato. El bipartidismo, siendo imperfecto, facilitaba la rotación en el poder de los dos grandes partidos. Pero en el juego de las coaliciones, hasta la fecha, el PP lo ha tenido más difícil. Y para la salud de una democracia es bueno un cambio periódico de Gobierno, a ser posible como consecuencia de unas elecciones.
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