Opinión | Shikamoo, construir en positivo
Enhiesto surtidor de sombra y sueño...
Les conté alguna vez, creo, que desde séptimo de la Educación General Básica y durante los años del Bachillerato participé muy activamente en la vida de una parroquia coruñesa. Y es que en aquel momento —a partir de los trece años y hasta los diecisiete, aproximadamente— tuve ocasión de conocer a un numeroso grupo de chavales —chicos y chicas— del grupo juvenil Mocedade San Tomé, de la parroquia de Santo Tomás, y allí me integré. Fueron años bonitos, en los que a una obvia praxis espiritual se unían aspectos como la amistad, la camaradería y el compartir. Estoy seguro de que todo ello ha dejado un sello indeleble en mi personalidad, en mi forma de ver la vida de una u otra manera.
La parroquia de Santo Tomás estaba entonces llevada —y también ahora— por los Padres Paúles. Y también participaban en ella las Hijas de la Caridad, congregaciones ambas fundadas por el que en su momento fue un verdadero adelantado a su época, Vicente de Paúl. Dicho así, quizá parezca algo un tanto institucional. Pero cuando traduces a personas concretas todo ello, el resultado era un rebosante hervidero de actividad, complicidad, buen rollo y un ambiente formidable. Un tanto heterodoxo también, diría yo, en el sentido de un franco alejamiento de formas excesivamente tradicionales de entender el hecho religioso, el cristianismo y el catolicismo.
Ya cuando cursaba el COU, quizá, me separé bastante de todo ello como concepto. Supongo que los sucesivos giros de la Iglesia en aquel entonces hacia posturas cada vez más conservadoras supusieron para mí una fractura difícil de reparar. Tenía muchas dificultades, además, en entender la doctrina moral expresada en público por una jerarquía apegada a un tradicionalismo y unos modos sociales con los que no comulgaba, nunca mejor dicho. Al fin y al cabo, yo sabía desde hacía unos años que las personas que me atraían en el más amplio sentido eran chicos, como yo, y no chicas. Todo ello más teóricamente que otra cosa, ya que aún pasarían muchos años hasta al menos llegar a hablar cara a cara con alguien que yo supiese que pudiera tener las mismas inquietudes y querencias. Pero sí, todo aquello era difícil de gestionar entonces. No obstante, guardo cientos de muy buenos recuerdos de aquella etapa, así como algunas personas que para mí siguen siendo especiales. Muchas ya no están de forma material y física, claro, pero siguen teniendo un lugar en el corazón desde que las guardé en él por aquel entonces...
Seguí encontrándome gente de Iglesia a lo largo de mi carrera profesional en temas sociales y de derechos humanos, en África, América, Europa y, sobre todo, por aquí. Y claro, vi de todo, como en botica. Pero es bien cierto que algunas de las que más me han impactado a lo largo de mi vida pertenecían o siguen perteneciendo a dicho ámbito. Personas generosas, llenas de amor hacia los demás y que ponían sus vidas enteramente al servicio de la justicia social o la denuncia de la corrupción, el abuso o la defensa de los derechos humanos. Algunas de ellas, incluso, la perdieron por su generosidad. Por no callarse cuando todo el mundo miraba para otro lado. Por implicarse, lejos de la diplomacia, del oropel y de los suntuosos palacios episcopales.
Hace mucho que, cuando me preguntan que fe profeso, explico que no le compro un producto completo llave en mano a nadie, pero que sigo siendo una persona espiritual que cada día pienso en aquello del «¿Quiénes somos, a dónde vamos?» en clave muy personal y sin necesitar demasiada parafernalia conceptual. Y que sigue creyendo, ya ven, en el amor como el mejor motor para cualquier cosa. Pero, reitero, sin participar en el culto de nadie, respetándolo pero apartado de él por decisión propia.
Pero a veces, solo a veces, me recreo en revivir los lugares, los momentos, las músicas y las experiencias de aquella época. Y resulta gratificante, conectándome con lo que significó todo ello para mí. En tal clave, les cuento que he vuelto estos días a Santo Domingo de Silos, el encantador pueblo burgalés donde se halla el impresionante monasterio benedictino a cuyo ciprés Gerardo Diego le dedicó hace cien años el famoso soneto que comenzaba «Enhiesto surtidor de sombra y sueño...». Un enclave en cuyos alrededores se llevaba a cabo aquel «Verano Mundo Nuevo» o el «Operación Futuro» que, como remedo del Taizé español, congregaban a cientos y cientos de personas en diferentes campamentos de verano en clave espiritual, dedicados a diferentes segmentos de edad. Un verdadero revulsivo no sólo en términos de fe, sino ligado a valores que considero están muy imbricados en la generación de una sociedad activa, crítica y con alta conciencia ciudadana. Un lujo, del que he podido beber y que también me ha marcado para siempre.
Y no sólo estuve allí físicamente, sino que me entretuve en hablar con algunas personas, comentando mis recuerdos de juventud. Fue bonito, cuarenta años después, en un marco incomparable en el que antes y ahora coseché serenidad, ilusión y esperanza, mirando hacia la cruz arriba del cerro a la que subía en aquel rato de silencio después de comer. O paseando por el monasterio en el que acudía a los maitines, gregoriano intenso y beatífico, mucho antes de que el sol saliese en el implacable verano castellano...
Ya ven, queridos y queridas, experiencias vitales personales e intransferibles, que trufaron nuestro pasado, y marcan nuestro presente. En ser muy consciente de ellas y entenderlas como parte de nosotros creo que está parte del éxito en la labor de conocerse a uno mismo...
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