Opinión | El trasluz
Un superpoder desagradable
En el momento en el que se le ocurriera manifestar a alguien lo sucedido, volvería a perderla
Mi amigo R., que es ciego, me contó que un par extraterrestres le habían devuelto la vista a lo largo de una noche de insomnio. Se presentaron en su dormitorio (vive solo) y hablaron con él y lo convencieron de que, aunque se creía despierto, se encontraba dormido. Luego, poco a poco, a medida que mi amigo se familiarizaba con su presencia, le confesaron la verdad: que se hallaba en plena vigilia y que la existencia de ellos, por lo tanto, era real. Todavía desconfiando de su auténtico estado, R. les preguntó qué querían, a lo que respondieron que le devolverían la vista a condición de que fingiera ante todo el mundo que continuaba ciego. En el momento en el que se le ocurriera manifestar a alguien lo sucedido, volvería a perderla.
-Te vamos a otorgar el superpoder -añadieron- de ver todo aquello que los demás creen que no ves.
R. aceptó la oferta y se quedó dormido hasta que sonó el despertador. Al abrir los ojos, resultó que veía. Recorrió la casa para cerciorarse de que estaba realmente despierto y se preparó en la cocina un buen desayuno. Como había perdido la vista diez años antes, debido a los efectos secundarios de un medicamento mal prescrito, era capaz de reconocerlo todo, aunque apreciaba los cambios producidos por el paso del tiempo y también por las novedades incorporadas durante su “ausencia”. Estaba fascinado por el brillo de los azulejos y de la cubertería y por las líneas armoniosas de la nueva máquina de café, que palpó con las manos al tiempo de contemplarla con los ojos.
Lo primero que hizo fue visitar a sus padres, donde le sorprendió que mientras fingían conversar normalmente con él, se hacían entre sí gestos que denotaban que aquel hijo suyo estaba mal de la cabeza y que no decía más que sandeces. Luego se acercó a casa de su exmujer, para ver a sus hijos, que vivían con ella, y le ocurrió algo parecido. Le daban la razón mientras se reían de lo que decía convencidos de que seguía ciego. Ya en la calle, un niño que iba de la mano de su padre fingió los andares del supuesto invidente con un bastón imaginario. El padre, lejos de reprenderle, se rio. Entonces vino a verme entre irritado y triste y me contó lo sucedido perdiendo en ese instante la facultad de ver. Cuando se fue, ciego, pensé me había contado un cuento.
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