Opinión
Comidas navideñas de empresa
Llegan las comidas de empresa. Hay a quien no le envejecen las ganas de ligar con las becarias y a los que el ánimo para creerse que el jefe de contabilidad es tu amigo se les va rejuveneciendo año tras año.
El pelota cede croquetas al jefe, el trepa camela al camarero para que haya más cervezas, los hay que se creen que van a una fiesta de Nochevieja y no falta quien horas antes se ira al espejo a ensayar, y a reunir valor, para decirle al fin a esa compañera cuales son sus sentimientos. Todo lo ahogará la catarata de gin-tonics a cinco euros, el whisky nacional con Cola Zero o el pretencioso ron cubano que ha visto Cuba tanto como una almeja nórdica.
«No sé por qué no hacemos más estas cosas», dirá tal vez el jefe de recursos humanos ataviado con un jersey navideño con abetos de color rojo. «Yo tampoco», replicará cabizbajo y tímido, haciendo ruidos al sorber los hielos derretidos de la copa, el adjunto a la dirección, mirando la hora de reojo.
Las comidas de empresa son una gran ocasión para testar chistes y para estrechar lazos entre superiores y subordinados. Lazos que durarán estrechados lo que dura una resaca. En una cena de empresa es donde alguien descubre que no está en determinados grupos de Whatsapp, donde al fin la tímida becaria desvela cómo se vive en su pueblo, cómo surgió su vocación y los malabarismos que ha de hacer para pagar el alquiler.
Los desagües de los fregaderos de los restaurantes están estos días llenos de promesas de ascensos eructadas tras el brownie y el chupito, chupito cortesía de la casa, que alguien habrá pedido a voces con un par de frases de cuñao y que el camarero con contrato de media jornada que ya lleva nueve horas de pie traerá con amabilidad de dromedario con almorranas mientras alguien, ese que nunca ha sido consciente de su nivel de impresentabilidad, tratará de devolver a los corrales alegando que lo ha pedido de hierbas y no de melocotón.
Alguien repetirá las anécdotas acontecidas en la empresa en los últimos años. Anécdotas cientos de veces narradas, que van desdibujándose y maleándose con el paso de las décadas y que a veces, cuando el tiempo nos alcanza, las protagonizaron en su día gente que se quedó en el camino, que está muerta o despedida. Incitarán a algunos no obstante: Manolo, cuenta eso, cuéntalo, de cuando Pérez le tiró el café a Menéndez en aquella reunión con el consejero delegado y luego se quitó los pantalones. Manolo se resistirá pero luego comenzará la narración adornándose con nuevos detalles que enriquezcan el sucedido y que serán captados por los más jóvenes para que tal vez en la comida de dentro de tres o diez años lo cuenten. Cambiando tal vez el café por té o coca o whisky y el pantalón por los calzoncillos.
Nadie está a salvo de ser feliz en una comida de empresa. No critique el menú, no mande un whatsapp diciendo cariño no me esperes para cenar, no trate de amortizar los 50 euros ni diga que usted habría conseguido algo más barato. Con seguridad, la moda del cóctel de gambas volverá. Tras el segundo copazo, no suba ningún selfie.
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