Opinión | Al Azar
Trump catapulta a la ultraderecha mundial
La frase «Voy a votar a Vox», tan redundante en uves, carece hoy de la connotación denigrante que hubiera lastimado este pronunciamiento una década atrás. La naturalidad creciente del anuncio del sufragio no mide la cantidad de votantes que alcanzará la ultraderecha moderada cuando sea convocada, sino la posición respecto a los extremistas de quienes antaño se conjuraban en su contra.
La hostilidad radical desde las filas progresistas no ha desaparecido, y en Estados Unidos se refleja en las mujeres que han llegado al punto de declararse públicamente ajenas a cualquier acto sexual, a modo de reproche por el resultado del concurso a la Casa Blanca. No es fácil refrendar la consistencia de los usuarios de redes sociales, pero estas lisístratas que actualizan al satírico Aristófanes juran que no depondrán su actitud hasta que desaparezca Donald Trump. Porque, y perdón por la obviedad, el presidente americano reelecto ha catapultado a la ultraderecha mundial. No se convierten impunemente las elecciones estadounidenses en un conflicto global.
Antes del disidente «Voy a votar a Vox», ya existía un «Voy a votar a los verdes», que mantiene la diseminación de uves. Con la diferencia de que el voto ecologista era un brindis a la energía solar, que se olvidaba camino del colegio electoral. En cambio, el factor determinante en la nueva ultraderecha es la persistencia. En Trump impresiona el retorno del presidente más viejo y disruptivo de Estados Unidos, un cadáver político hace solo dos años, un reo de 94 delitos unos meses atrás.
La consolidación de los movimientos políticos no viene medida por su iniciación explosiva, sino por la elasticidad de sus expectativas. Esta capacidad de recuperación también se advierte en los sondeos que devuelven a Vox el medio centenar de diputados obtenidos a finales de la pasada década. La simultaneidad no garantiza la causalidad, pero cuesta separar esta efervescencia española de la resurrección de Trump. Sin olvidar que el presidente electo es un frívolo, demasiado caprichoso para ajustarse a los criterios integristas enarbolados por los ultraderechistas que surfean la ola de Washington.
De nuevo, el valor de «voy a votar a Vox» no reside en la vigencia de la amenaza, sino en su normalización. Trump abarrotó durante la campaña el Madison Square Garden neoyorquino, en una ciudad tan hostil que se bromeaba con la imposibilidad de encontrar a un solo miembro de un jurado penal que no hubiera votado contra el presidente. Completar el aforo entraba en la lógica de un aspirante a la Casa Blanca, pero el astuto periodista Piers Morgan destacó sobre el terreno su asombro ante la ausencia de una manifestación Demócrata en paralelo, para boicotear al aspirante desde el exterior del pabellón.
La aceptación resignada no solo es la clave del resultado de noviembre, sino también del despegue global de las ultraderechas, un magma de formaciones donde cuesta orientarse incluso guiado por el imprescindible Autocracia S. A. de Anne Applebaum. Los nuevos hombres fuertes al frente de partidos fuertes son variopintos, por lo que puede generalizarse como extrema derecha floreciente a toda formación que haya disparado sus expectativas tras la victoria de Trump.
En junio de 2022, Marbella registró el mitin político más enardecido de la España contemporánea. En vísperas de las elecciones andaluzas, una Giorgia Meloni no demasiado conocida en España cargó entre alaridos contra los inmigrantes. En un perfecto castellano, propagaba la candidatura de Macarena Olona frente a un estupefacto Santiago Abascal. El progresismo de misal procedió al rasgamiento de vestiduras de ordenanza. Si en aquel momento se hubiera vaticinado la futura aprobación global de la líder postfascista italiana que había reducido las soflamas de Díaz Ayuso a un susurro, el autor del pronóstico hubiera sido apedreado.
Dos años más tarde, y ya en el ejercicio del poder, Meloni es la política europea favorita de Joe Biden, a quien se dirige con la frase hollywoodiense de «no se debe obligar a esperar a una dama». Esta misma semana, la visita de Felipe VI a Italia solo puede interpretarse como una ratificación democrática de la artillera verbal. Por si se necesitan mayores argumentos, la flamante Teresa Ribera aceptó para el PSOE una Comisión Europea donde figura un representante de Fratelli d’Italia. Esta sumisión colectiva no impidió las críticas a quienes advirtieron ya en Marbella que había nacido una estrella.
Cuál entre los políticos y reyes citados blasfemaría hoy contra un contundente «Voy a votar a Meloni». La victoria de Trump ha desliado las lenguas, por adaptar a los franceses que han vivido la coyunda de Le Pen y Mélenchon en su Asamblea. El cordón sanitario desanudado refleja la aceptación creciente de las visiones integristas, su paradójica integración.
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