Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Un otoño caliente

Aunque el invierno meteorológico ya comenzó oficialmente el pasado 1 de diciembre, nos encontramos en este momento muy próximos al inicio de tal estación desde el punto de vista astronómico. Efectivamente, el próximo sábado 21 de diciembre, a las 10:21 según la hora peninsular española, estaremos viviendo un nuevo solsticio de invierno. Es decir, el momento en el que la inclinación del eje terrestre sitúe al Sol en su posición más baja en el cielo del hemisferio norte. Será el momento en que tal invierno astronómico comience a andar, y de ahí al inicio de la primavera será sólo cuestión de tiempo... Pero vendrán antes signos de que tal nueva eclosión se producirá, con un incremento paulatino de las horas de sol y, consecuentemente, de la activación de la Naturaleza a nuestro alrededor. Será bonito.

Pero antes, como dice la canción, tiene que llover. Llover a cántaros. Y, más que eso, que hacer frío. Habrá que ver cómo viene tal invierno, pero viendo los mimbres de los que se ha compuesto el otoño, tal cuestión parece que no las tendrá todas consigo para hacerse realidad. Y de eso quiero hablarles hoy, de este tema recurrente que es el constante, sucesivo y concatenado aumento de las temperaturas medias, signo inequívoco de un cambio climático que ya está entre nosotros, haciéndose patente de mil maneras. Y, por cierto, cuyas consecuencias tendremos que aprender a paliar, al tiempo que sacamos lo mejor de nosotros para planificar en muchos ámbitos y, a la postre, reconducir la vida sin ser afectados por él.

Tiene que hacer frío, sí. Pero, precisamente, eso es lo que nos falta. Y, en concreto, nos damos perfectamente cuenta de eso viendo las temperaturas de este otoño que fenece. Nuevos récords absolutos de temperatura, por un lado, mientras que la media de tales medidas también apabulla. Tomen nota: el 7 de noviembre fue el día más cálido en A Coruña desde que hay registros. Esto es, desde el año 1930. Nunca antes se habían alcanzado en tal momento del año los 25,4º C, como guinda de un otoño que, en conjunto ha sido muy cálido.

Es preciso que haga frío. Sin él, las plagas carecerán del control necesario que module su crecimiento. Se multiplicarán los vectores de diferentes enfermedades infecciosas, y las cosechas también estarán sujetas a problemas que, con el necesario nivel de frío en invierno, aparecerán en menor medida. El frío es inherente al invierno y, sin él, todos terminamos viviendo peor. Aunque, en primera instancia y sin una reflexión medianamente crítica, haya quien se alegre de que estos meses sean menos rigurosos. Craso error. El frío es, sin duda, el mejor salvoconducto para que terminen algunos ciclos en la Naturaleza, de forma que la primavera venga vigorosa, en términos de una buena salud para el mundo vegetal y, por ende, para nosotros mismos.

Este ha sido un otoño caliente, como han explicado estos días los responsables de la Aemet —Agencia Española de Meteorología — en la ciudad. Y sería una muy mala noticia que el invierno también lo fuese. De ahí el título de este artículo, que espero ustedes no hayan relacionado automáticamente con la situación política —que también está en tal tesitura— o con algunos aspectos preocupantes de nuestra vida en sociedad. No. Me refiero a la temperatura literal que disfrutamos en estas capas bajas de la atmósfera en las que desarrollamos nuestra vida, demasiado elevada para este tiempo, ahora casi ya de invierno, que nos toca.

Cuídense y protéjanse de los virus y bacterias, y no tanto del frío. Los primeros, junto con los hongos, causan las enfermedades. El frío vivifica, y aunque es bien cierto que puede causar un cierto «distress» inmunológico que puede ayudar a afectar a la salud, es harina de otro costal. Y una necesidad imperiosa, no lo duden, en este tiempo de invierno que ahora comenzará.

Les deseo un buen invierno, queridos y queridas. De corazón.

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