Opinión | Crónicas galantes
Un Gordo contra la gordofobia
El Gordo de Navidad que saldrá el próximo domingo de los orondos bombos de Loterías es el único gordo políticamente correcto. Nadie podrá acusar de gordofobia a quienes apuesten por el número premiado, que en modo alguno injuria a los cuerpos "no normativos".
Bien al contrario, el Gordo por excelencia es un deseo compartido por millones de apostantes en estas fechas. Tanto, que incluso en territorios con ansias soberanistas, como Cataluña, han bautizado con el nombre de La Grossa —gorda o grande— a la rifa que hace competencia al Gordo del Estado en estas fechas navideñas.
Puede que esta reivindicación de los gordos (y gordas) sea del todo involuntaria; pero no por ello deja de fomentar la igualdad entre los obesos y flacos de España. Es uno más de los beneficios de esta lotería que ya venía apelando a la solidaridad entre los españoles. Prueba de ello es el énfasis que los medios ponen cada año en subrayar que el premio está "muy repartido".
Suele estarlo, y no podría ser de otra manera. La costumbre en estas fechas es distribuir e intercambiar participaciones entre familiares, amigos y compañeros de trabajo o de bar. Se trata de un singular proceso de socialización de la fortuna con el que se corrigen los caprichos del azar.
Además de fomentar este espíritu solidario y combatir la fobia a los gordos, el sorteo de Navidad promueve la ilusión, que a fin de cuentas es el engaño de los sentidos. También los políticos en campaña suelen vender ilusión a sus ilusos electores, ciertamente; pero no ofrecen a cambio la posibilidad de obtener un premio de cientos de miles de euros por voto.
La lotería, como el dinero, es en el fondo una cuestión de fe. Muchos jugadores tienden a comprar décimos del Gordo en aquellos territorios azotados durante el año por alguna catástrofe más o menos natural. Llegó a decirse incluso que los gobiernos manipulaban el bombo de Navidad para indemnizar a los afectados por los desastres, tal que si fuese un Fondo de Compensación Interterritorial. No hay prueba alguna que valide esa creencia, por supuesto.
Los matemáticos, que son unos cenizos, tienden en realidad a disuadirnos del vicio de la lotería arguyendo que las probabilidades de ganar un premio son infinitesimales: pero aun lo son menos las de hacerse rico trabajando. Incluso ellos podrían hacer una excepción con el Gordo, que es el que mejor retribuye a los apostantes con sus 400.000 euros por décimo (menos impuestos).
Aun así, las opciones de que toque siguen siendo remotas, claro está. Pero acaso no sea eso lo más importante. Desde otra perspectiva, habría que considerar lo mucho que el Gordo hace a favor de la normativización de los cuerpos, el justo reparto de la riqueza y el fomento del espíritu navideño, tan vinculado a la ilusión.
Lo cierto es que el Ministerio de Hacienda, organizador del sorteo, es el único apostante que juega sobre seguro gracias a los beneficios que obtiene y al veinte por ciento adicional de impuestos sobre los premios más sustanciosos. Si además combate la gordofobia y nos hace soñar con lo imposible, poco más se puede pedir.
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