Opinión | El trasluz
Curioso fenómeno
Esta mañana resbalé al pisar una capa de hielo que se había formado en la acera. Iba a por el periódico y dejé de hacerlo. Dejé de ir a por el periódico como he dejado de ir a tantos sitios en la vida por culpa de un traspiés. Volví a casa con el costado dolorido y estuve examinándome por si se me había roto algún hueso. Todo parecía en orden, excepto la magulladura y el dolor provocados por el golpe. Me pregunté entonces por qué resbalaba el hielo. Jamás antes me había preocupado este asunto. Sabía que resbalaba y evitaba pisarlo como evitaba caer por la ventana, pues estaba al corriente también de que, lejos de flotar, me estrellaría contra el pavimento debido a las leyes de la gravedad. Al parecer, la masa de la Tierra actúa como un potentísimo imán que atrae hacia sí, con una violencia digna de mejor causa, cuanto se le acerca. No me quejo de la gravedad; al contrario, creo que es un chollo. He leído que a los astronautas de las misiones espaciales, libres de esa atracción, se les separan las vértebras y sus cuerpos, lógicamente, crecen. Cuando regresan a casa, han de guardar reposo hasta que las vértebras se acoplan de nuevo, ya que, si ejecutan movimientos inadecuados, se exponen al peligro de que el cordón que recorre el interior de la columna (la médula espinal) se salga por alguno de esos espacios libres. La microgravedad produce cambios asimismo en la forma del globo ocular, lo que puede dar lugar a visión borrosa. Y los músculos, al no tener que defenderse de la atracción terráquea, se debilitan y atrofian, causando sensación de fatiga al regresar. Estos son solo algunos de los efectos secundarios de elevarse, como Ícaro, sobre las pasiones del suelo. Por eso decíamos que la gravedad es un chollo.
El caso es que estuve investigando las razones por las que el hielo resbala y eran interesantes. La principal, y quizá la única, es la falta de fricción. Cuando una superficie se encuentra con otra se produce, digamos, una especie de roce pegajoso que impide el resbalón. Cuando pisamos hielo, el “roce pegajoso” desaparece porque la presión de la suela del zapato derrite el hielo formándose una capa de agua que actúa como lubricante. No sé si lo he explicado bien, pero más o menos. Curioso fenómeno, en todo caso. Su estudio no ha eliminado el espectacular hematoma de mi costado derecho, pero he aprendido que allá donde no hay fricción debes llevar cuidado con la gravedad. Felices fiestas.
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