Opinión | Inventario de perplejidades

De pinos y eucaliptos

Los que fuimos «belenistas» en los años difíciles pasamos por momentos complicados ante la invasión de los partidarios del árbol de Navidad, que normalmente era un pino o un abeto. En aquel tiempo de escasez, la dictadura había mal repoblado (según expertos) los montes gallegos con coníferas y, por tanto, era costumbre en la proximidad de las fiestas navideñas aprovisionarse a las bravas del árbol que se había convertido en ornato casi exclusivo de la Navidad. La operación no era difícil y además tampoco suscitaba protestas de los ecologistas (entre otras cosas porque el país era tan pobre que, por no haber, no había ni ecologistas). Una vez escogido el tamaño se le talaba de forma tan desconsiderada como inmisericorde y se le colocaba en el lugar más visible de la casa, donde había de permanecer hasta el día siguiente a la festividad de los Reyes Magos. Su destino último era la basura.

Un buen pino del que colgasen unas bolas de colores, y unos espumillones plateados, era un signo externo de prosperidad. Y si a ello le añadíamos el muñeco de trapo de un Papá Noel vestido de rojo y con un saco lleno de regalos, entonces estaríamos en presencia de una réplica, más o menos afortunada, de la típica imagen de una feliz familia norteamericana. Máxima aspiración del estilo de vida propio del imperio dominante.

Todos habremos sabido (por las oportunas lecturas, claro) que las potencias imperiales suelen utilizar la fuerza militar, la cultura y los medios como instrumentos de dominación. Hace unos años cayó en mis manos un libro muy curioso sobre las maniobras de la CIA para mantener su influjo sobre individuos, empresas e instituciones que le resultaren especialmente molestos. Entre estos, figuraban la pintura abstracta y el cubismo. El choque del arte abstracto (que no se entendía, salvo iniciados) con el realismo soviético, tan explícito, minucioso y con «calidades fotográficas», tuvo efectos cataclismáticos. Y, trasladado al campo de batalla, actividades insospechadas como el ornato navideño en el que la pelea se concretó entre pinos y belenes. El pino escogido fue el de la variedad pinaster, que no parecía la más indicada porque al parecer no crea mantillo en un terreno que lo necesitaría, dada la proximidad del subsuelo de granito a la superficie. Todo esto nos lo explicaba un profesor nuestro del Bachillerato, don Luis Díaz, que fue el catedrático de Química más joven, piloto de la Aviación al servicio de la República tras un cursillo en la Unión Soviética y represaliado por la dictadura franquista, que lo obligaba a personarse en comisaría cada poco.

Los belenes, también llamados «nacimientos» resistieron el empuje de los pinos pinaster y se preparan para soportar la embestida brutal de la celulosa, ya que unos desaprensivos prevén inundar de eucaliptos buena parte del territorio de la comunidad y de las rías y poner a su servicio el entero caudal del Ulla. Todo empeora y se envilece.

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