Opinión | Crónicas galantes
Ateo, gracias a Dios
“Yo soy ateo, gracias a Dios”, solía decir el histórico líder del PCE Santiago Carrillo cuando alguien le preguntaba por sus creencias. Podría ser un buen resumen de la actitud de muchos españoles en relación con las fiestas navideñas.
Hay quien refunfuña contra la Nochebuena, por ejemplo; pero pocos —si alguno— faltan a la cena de hoy, con su acompañamiento de villancicos, buenos deseos y videojuegos de Papá Noel, que es figura reciente pero ya consolidada.
Otra cosa es que la noche de paz y de amor multiplique paradójicamente las riñas domésticas al juntar una vez al año a las familias en el limitado espacio de un comedor. El alcohol, que tiene bula en estas fechas, favorece las discordias entre los cuñados y demás miembros de la parentela que no necesariamente opinan lo mismo sobre política, fútbol o religión. Pero esas son anécdotas.
Por más que se trate de una fiesta religiosa, lo cierto es que de un siglo a esta parte la Pascua ha derivado en una celebración de tipo crudamente comercial. Quizá por su nada lejano vínculo con las saturnales romanas, la Navidad es tiempo propicio a todo tipo de excesos que, como es lógico, favorecen el consumo.
Paradójicamente, los grandes beneficiados por esta orgía de compras son los empresarios del gran bazar de la República Popular China, a quienes estas cristiandades les quedan un poco lejos. Y qué más dará. Es allí donde se fabrican buena parte, si no la mayoría, de los regalos que se intercambian en estas fechas los ciudadanos de Occidente. Los nuevos magos del comercio, como los otros, siguen viniendo de Oriente.
Los ateos y descreídos en general tenemos ahí un excelente pretexto para celebrar las fiestas navideñas. Incluso los que se sitúen más a la izquierda. A fin de cuentas, el origen de esta festividad se remite a las penurias de una pareja de migrantes sin techo que solo pudieron encontrar un pesebre como improvisado paritorio. Eso siguió y sigue ocurriendo muchos siglos después con tantos otros pobres del mundo, famélica legión.
El único que se atrevió a atentar contra las esencias de la Navidad fue, sorprendentemente, el conservador Mariano Rajoy. Agobiado por la crisis, el entonces presidente del Gobierno dejó sin paga extra navideña a los funcionarios y empleados públicos en general, allá por el desdichado año 2012.
Privó así a buena parte de la ciudadanía de las alegrías en el consumo que son marca de identidad de estas pascuas. Como si fuera el avaro Mr. Scrooge de Dickens, Rajoy les hizo la Pascua, en lugar de ayudarles a disfrutarla. Había razones de ahorro en aquella España al borde de la quiebra, pero esa es otra cuestión.
Fuera de esa anécdota, simplemente curiosa, la Navidad sigue siendo una fiesta de lo más inclusiva en la que participan por igual devotos e impíos, sin excluir siquiera a los comecuras. Ni, por supuesto, a los herederos de Mao que, aun siendo nominalmente comunistas, se benefician de la explosión del consumo propia de estas fechas.
Gracias a Dios (y al comercio), hasta los ateos participamos sin prejuicios en estas saturnales de la Navidad. No le faltaba razón al ingenioso Carrillo.
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